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ATENTADOS EN MADRID

Madrid herida pero no hundida

Por Cristina Iglesias DíazTiempo de lectura2 min
España11-03-2004

Jueves 11 de marzo, 7.39 de la mañana. Un convoy repleto de trabajadores, niños y estudiantes acababa de llegar a la estación de Atocha. Los vagones central y de cabecera del tren se agitaron y se escuchó un ruido sordo. La confusión se apoderó de los viajeros de los demás vagones, hasta que alguien confirmó que había sido una bomba.

En ese mismo momento, otro convoy que se encontraba a unos metros de Atocha es también objetivo terrorista. Pero antes de que se cumplieran tres minutos desde la primera explosión, las bombas alojadas en el interior de otros dos trenes, uno en la estación de Santa Eugenia y otro en El Pozo del Tío Raimundo, explotaban y sembraban el terror en la capital. Un total de diez artefactos hicieron explosión y destrozaron literalmente los vagones en los que estaban dispuestas. En el tren que esperaba en la estación de Atocha se registraron cuatro artefactos, el más potente en la cabecera, otros dos en el vagón central y un último artefacto en el último vagón, el cual no llegó a explotar. En el tren que circulaba por la calle Téllez sufría el ataque de dos bombas, una en el centro y otra en el vagón de cola. En el convoy de Santa Eugenia sólo se registró una explosión, mientras en el de El Pozo dos. Un total de diez artefactos disimulados en inofensivas mochilas provocaron una brutal masacre en menos de tres minutos a lo largo del recorrido del Corredor del Henares. Pero eso no fue todo, ya que la Policía encontró tres artefactos más, los cuales fueron desactivados por los artificieros del TEDAX. Las investigaciones permitieron conocer que diez de las bombas contenían entre 8 y 10 kilogramos de explosivo, fundamentalmente dinamita, y las otras dos con entre 11 y 12 kilos de explosivo titadine y nitroglicerina. El desastre dejaba detrás de sí un panorama desolador, sembrado de restos humanos y cuerpos sin vida, entre los cuales luchaban por salir los heridos. La colaboración ciudadana se convirtió en protagonista, ya que los vecinos de las zonas, así como los heridos más leves, ayudaban a los más graves a salir de entre los amasijos de hierro de los vagones. Con gran rapidez se instalaron varios hospitales de campaña en la estación de Santa Eugenia y en el polideportivo Daoíz y Velarde para atender a los más de 1500 heridos, mientras RENFE cortaba el tráfico en las líneas afectadas. Los hospitales ponían en marcha el Plan de Emergencia para evitar el desbordamiento por el gran número de heridos. Se dispuso el pabellón seis de Ifema, en el recinto ferial Juan Carlos I, para que hiciera las funciones de tanatorio eventual, para que los familiares pudieran identificar a los fallecidos. De los 200 fallecidos, 155 ya han sido identificados y enterrados por sus familias. El sábado moría la víctima número 200, pero sólo continuaban hospitalizadas 266 personas, de las cuales 17 estaban críticos, 41 muy graves, 138 graves, 42 leves y 28 con pronóstico reservado. Un total de 22 nacionalidades atendidas, entre los fallecidos y los heridos. Desde las instituciones se hizo un llamamiento a los ciudadanos españoles para donar sangre, además del requerimiento de voluntarios para hacer frente al caos. Madrid respondió dando un gran ejemplo. Se formaron colas interminables ante los centros y unidades móviles para la recogida de sangre. Los médicos, psicólogos y forenses que el jueves libraban, o incluso ya jubilados, acudieron a cubrir los puestos vacantes.