APUNTES DE BANQUILLO
Prudencia y memoria
Por Roberto J. Madrigal2 min
Deportes14-03-2004
Cuando la muerte nos golpea de cerca, entonces nos damos cuenta de la verdadera dimensión del terrorismo. Con todo el cuidado para no comparar dos sucesos muy distintos, muchos nos hemos dado cuenta ahora, al ver la tragedia de Madrid, del alcance de la decisión de hacer parar todo lo demás, incluido el deporte. Una decisión moral, comprometida y harto difícil para los periodistas; se trata de decidir en muy poco tiempo si la mejor manera de ayudar es continuar con el propio trabajo, o bien si hay que mojarse y echar una mano a los que hacen lo posible por devolver la normalidad a la vida. Esta decisiones también salpican a quienes deben decidir sobre el deporte, por cuanto los atletas y los aficionados estamos sujetos a la conmoción de los sucesos de cada día. Y sin embargo, esta vez la UEFA decidió no suspender los partidos que se jugaban en la competición de plata, como sí hizo con los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Aunque los minutos de silencio que se guardaron en los partidos de competición europea, entre ellos los que jugaron el Mallorca, Valencia, Barcelona y Villarreal, fueron impresionantes por su respeto –tanto fue así que incluso nos corrió un escalofrío a más de uno–, resulta difícil de explicar por qué no se pudo haber aplazado la jornada europea. Aunque el calendario esté saturado y a estas alturas de la temporada sea muy complicado encontrar un hueco, la ocasión merecía un esfuerzo. Quizá tuviese que ver la incertidumbre de las primeras horas –al igual que sucedió en 2001–, pero tal vez haya que pensar en que sea más que conveniente reservar alguna fecha para estas contingencias. Muchos colegas de la prensa han cargado contra la ambición del presidente de la federación europea, el sueco Lennart Johansson, y aunque no les falte razón –la Liga de Campeones es poco menos que la gallina de los huevos de oro–, también hay que ponerse en el lugar de los que toman las decisiones. Conviene recordar –para no caer en la tentación de criticar a la ligera– que las instituciones se manejan en términos muy particulares, pues defienden intereses no siempre próximos al bien común de la sociedad. Y aunque la decisión no sea del todo acertada, también es cierto que aún se está a tiempo de hacer algo: contribuir desde el fútbol a mantener viva la memoria de las víctimas, al igual que se hizo en 1985 con la tragedia del estadio de Heysel. Un paso más para erradicar la violencia y construir la convivencia: tal es la enseñanza que ha de quedar.