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APUNTES DE BANQUILLO

Nostalgias británicas

Fotografía

Por Roberto J. MadrigalTiempo de lectura2 min
Deportes16-02-2003

La definición informal del rugby, ese juego de la pelota ovalada, los palos y quince fornidos hombretones, es que es un deporte de brutos practicado por caballeros. En contraposición, dicen las malas lenguas que el fútbol es un deporte de caballeros practicado por brutos… y alguna que otra vez, no les falta razón. Sin embargo, hay detalles que están cambiando en la forma de entender el Seis Naciones: no sólo ya con la ampliación del torneo, el más prestigioso de Europa –y del mundo, con permiso de Australia, Nueva Zelanda y Suráfrica, las tres potencias del hemisferio sur–, sino con la introducción de cambios orientados a la comercialización del torneo. No es por dudar del interés del International Rugby Board (IRB) en velar por la salud del deporte, pero estaría bien respetar en algún gran torneo el carácter amateur, no profesionalizado, que viene de la mano con los dineros de los grandes patrocinadores y televisiones, dispuestas a sacar tajada económica –lícita, en cualquier caso– de una competición que, curiosamente, nació sin dar premios. Ciertamente, comenzar a tener en cuenta las clasificaciones del año anterior –en lugar de un sorteo al uso– para confeccionar el calendario según los intereses más rentables parece reñir con el carácter honorífico y de orgullo que proclama la historia bicenteneria del Cuatro, Cinco y Seis Naciones. Como algunos que creen en los sueños, sigo pensando que debería ser posible que determinadas competiciones mantengan su carácter lúdico, constructivo, de sana rivalidad, de sentimiento capaz de unir a un país y llevarlo, por medio del trabajo, a las mayores cotas posibles. No es que los profesionales del rugby, por poder obtener de su trabajo un rendimiento mayor para poder vivir dignamente, vayan a dejar de lado de la noche a la mañana la deportividad que demuestran cada día, en en cada partido. No se perderán esas pequeñas satisfacciones como la Triple Corona, evitar la cuchara de madera o romper el récord de victorias de una selección en su estadio, pero poco a poco quedará la nostalgia, hasta perderse en el olvido… Es una lástima que se pierda, sobre todo entre quienes no vivimos de lleno la pasión del rugby, ese recuerdo de que el deporte nació con el objeto de divertirse, pero sobre todo, de demostrar las posibilidades del hombre. Por desgracia, el fin de conseguir las victorias parece enterrar, poco a poco, su origen. Al menos, queda el gozo y la lección de que la caballerosidad, aunque sea matizada, no se perderá a pesar de las tremendas rivalidades. Ojalá no lo olvidemos.

Fotografía de Roberto J. Madrigal