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ANÁLISIS DE LA SEMANA

La soledad del líder

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura2 min
España16-02-2003

Cuentan algunos que el presidente del Gobierno es mucho menos duro de lo que aparente, que en familia y entre amigos es un hombre afable, agradable y simpático. Pero que ahora anda con en rictus contraído, preocupado. El mismo Aznar dice que se siente solo. Con la indudable capacidad de cada cual para ponerse en la piel y en los zapatos de otro, uno puede imaginarse lo que debe ser levantarse una mañana tras otra y encontrarse portadas de periódicos que lo critican y se le oponen. Debe de ser difícil tomar postura diferente a esa de la mayoría de la opinión pública, especialmente cuando a la vuelta de la esquina están esperando muchas convocatorias electorales. En una entrevista a Ana Botella, la esposa del presidente, ésta afirmaba que, con mayor o menor acierto, su marido siempre había tomado decisiones fundándolas en convicciones. Y una cosa es segura: cada cual en su vida privada y profesional, cuando tiene responsabilidades –grandes o pequeñas, pero responsabilidades personales de las cuáles sólo él deberá dar cuenta- se encuentra con que constantemente debe tomar decisiones. En el caso de un presidente de Gobierno, son decisiones que afectan a muchas, muchas personas. También a las que uno quiere. La honestidad del político debe basarse en estar dispuesto al sacrificio de la propia popularidad en favor de aquello que considera que debe hacer, desde la legitimidad que le dan las urnas para tomar decisiones en representación del pueblo soberano. Sólo desde las convicciones profundas puede uno dar coherencia a una acción de Gobierno –y a una acción personal-. Lo que el Partido Popular está poniendo en juego con su postura en el conflicto Irakí da cuenta de la seriedad del asunto. Quizás aparente una actitud paternalista, incluso, como la del padre o la madre que buscan y quieren lo mejor para sus hijos y, sólo desde ese sentido de la responsabilidad, están dispuestos a tomar decisiones que saben de antemano que no serán bien recibidas por los hijos. Pedro Almodóvar calificó el hecho de que la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas no hubiera seleccionado su película Hable con ella para los Oscar como “error democrático pero legítimo”. Abrió con semejante declaración la posibilidad tabú de que la democracia pueda equivocarse, la posibilidad de que la mayoría pueda no tener razón. Hoy no puede ni hablarse de ese tema, mucho más grave que el de la alternativa monarquía-república. Lo cierto es que la democracia occidental permite que, en determinadas circunstancias, un Gobierno pueda tomar decisiones sin necesidad de solicitar el respaldo del Congreso. Y ahí, en el oscuro reino de las convicciones y del sentido de la responsabilidad, ahí, ahí reside la soledad del líder: su inmoralidad o su honestidad.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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