EL REDCUADRO
Adios, Blasco Ibáñez...
Por Antonio Burgos
2 min
Opinión17-02-2003
Ni aunque lo hubiera elegido personalmente por catálogo podía haber encontrado Emilio Romero más glorioso día para morirse: en la misma fecha de febrero que Larra. En vender periódicos tuvo más méritos que Larra. Larra no cogió Pueblo como un diario sindical de camisa azul que regalaba 25.000 ejemplares al verticalismo y lo puso en 300.000 ejemplares de venta en los quioscos, a base de ser el precursor de los dos grandes ejes sobre los que ahora gira el periodismo: la opinión y la información rosa. Emilio Romero le quitó al Pueblo la camisa azul y la sustituyó por los chalecos con cuello de cisne de Tico Medina y Yale, de José María García, de Hermida, de Raúl del Pozo, de Balbín, de Carrascal, y sigan poniendo firmas. Casi todo el que es empezó a ser en Pueblo. Somos gorilas blancos del zoo periodístico los que no pasamos por Pueblo e incluso estuvimos en la otra orilla cuando, por ejemplo, Romero convocó aquel concurso para ver quién ponía más verde a Pemán, certamen que si no ganó Gómez Marín, debió haberlo ganado. En el fondo, Pemán y Romero eran de la misma madera: liberales. Era muy fácil encontrar liberales en los recuelos de Renovación Española, pero también los había, y más de los que pensamos, en Falange y en la Prensa del Movimiento, y Romero era uno de ellos, como en mi pueblo Celestino Fernández Ortiz. A Romero le perdía su propio "Gallito" literario, el título de su sección. Quien mejor retrato psicológico le hizo fue el veedor de toros Miguel Criado en aquellas tertulias del Madrid periodístico y taurino que iba de la calle Serrano a la calle Huertas. En el grupo de Cañabate y Sebastián Miranda, estaban una noche Luis Calvo y Emilio Romero enzarzados en discusión, con el güisqui por delante ABC y Pueblo. Romero no hacía más que decir a Luis Calvo, con su voz engallada, su nariz aguileña, sus gafas de ver asuntos de debate para la tercera: "Luis, es que yo soy un escritor, debes tener en cuenta que yo soy un escritor..." Y escritor para arriba y escritor para abajo, y los ojillos de Luis Calvo cada vez más azules y más inteligentes, y el galleo de Romero cada vez más encampanado. Hasta que Miguel Criado, con su gramática parda, medió entre los dos y le espetó a Emilio Romero con muy poca vergüenza: "Venga, tú, Blasco Ibáñez, tómate ya un güisqui y deja de dar el coñazo a este hombre con tanto escritor". Venga ya, don Emilio, Blasco Ibáñez y Larra en una sola pieza: tómese usted mejor un café de redacción con los que no estuvimos en su plantilla y le reconocemos todos sus méritos y se lo perdonamos ahora todo, menos que inventara y amamantara en sus pechos a Juan Luis Cebrián.
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Antonio Burgos
Columnista del diario ABC
Andaluz, sevillano y del Betis
** Este artículo está publicado en el periódico ABC y posteriormente recogido de AntonioBurgos.com por gentileza del autor