CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Manifestación global
Por Álvaro Abellán
2 min
Opinión17-02-2003
¿Debemos hablar de multitud de manifestaciones de miles de personas en todo el mundo o, más bien, de una manifestación global de millones de personas? Podríamos hablar del éxito de la Red como medio de comunicación alternativo capaz de unir a 600 ciudades de todo el mundo para gritar juntos contra una guerra injusta. Podríamos hablar de las chispas que saltaron en los foros de discusión estas últimas semanas sobra la conveniencia y la legitimidad de un ataque a Irak. Podríamos hablar de los testimonios de intelectuales que en más de 12 idiomas han calificado esta posible guerra de injusta, ilegal e interesada. Guerra, por cierto, que todavía no es. El titular era evidente: pocos periodistas tienen ya escrúpulos suficientes como para dejar escapar un titular como “La primera manifestación global reúne a más de seis millones de personas en todo el mundo”. Ya lo decían los viejos zorros: “No dejes que la realidad te estropee una buena noticia”. Sin embargo, la supuesta unidad de mensaje estuvo manchada por ideologías particulares, parciales, cuyos defensores fueron poco solidarios con esta gran causa y llenaron las manifestaciones de banderas e iconos con los que muchos de los presentes se sintieron molestos. ¿Por qué banderas republicanas e iraquíes y demás símbolos que poco tienen que ver con una convocatoria apolítica contra esta guerra? ¿Por qué algunos organizadores convocan un “No a la guerra” para llevar luego estandartes con iconos y mensajes distintos? También intereses o protagonismos particulares obligaron a que manifestaciones como la de Madrid tuvieran tres cabeceras. Incluso en los momentos en que la unidad de mensaje se vende como lo más importante, el abrazo entre hermanos pacifistas se hace imposible: la repercusión mediática o la imposibilidad de renunciar a un símbolo partidista, o las dos cosas, marca divisiones no entre las manifestaciones de cada ciudad, sino dentro de cada manifestación. Recordaba la concentración madrileña a las batallas medievales, donde las alianzas políticas llevaban a un solo ejército a luchar bajo diversos estandartes, pero nunca bajo uno integrador, porque no había causa común, sino muchas que, a veces, coinciden en una particular batalla. Triste división, pero, en este caso, bendita coincidencia.