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CINE

Muere el inolvidable Marlon Brando

Por Eduardo IglesiasTiempo de lectura3 min
Espectáculos02-07-2004

Marlon Brando representaba lo mejor de la profesión del actor: el enorme talento y el ego desbordado. Uno de los intérpretes más admirados -para la mayoría el mejor, en solitario o a la par de Lawrence Olivier-, era temido por los productores por su carácter rebelde y anárquico. Le exigían cláusulas que le prohibían abandonar un rodaje, pero no dejó de trabajar en pequeños papeles que mostraban su filosofía: trabajar poco y cobrar mucho.

Sus últimos años siguieron esa línea de trabajo, desde los años 70, con Superman, hasta los años previos, con The Score y The Brave. Brando prestaba su nombre y su figura legendaria a cambio de dinero que le permitiese seguir viviendo con tranquilidad. En general fueron películas ni muy buenas ni muy malas, aunque le juntasen con intérpretes como Robert DeNiro, Edward Norton y Johnny Deep. Las últimas interpretaciones que aceptó y que requerían un trabajo más perfecto las tuvo en los 70, su segunda década dorada. En esos años ganó su segundo Oscar como actor principal. Lo logró con su portentosa interpretación como Vito Corleone en El Padrino, uno de los mejores filmes de la historia. Francis Ford Coppola luchó por contratarle ante la negativa del estudio y Brando le devolvió el favor con uno de los personajes inolvidables del séptimo arte. Coppola siguió confiando en él y en 1979 le dio todo el poder y la libertad para crear al Coronel Kurtz, el hombre convertido en una especie de Mesías por el horror en Apocalipsis Now. Con apenas medias apariciones en la pantalla -siempre entre sombras, avergonzado de su peso- dio forma a un personaje portentoso en otra película fascinante. Su tercer gran trabajo de la época fue El último tango en París, de Bernardo Bertolucci, donde dio riendo suelta a sí mismo y dio forma al protagonista gracias a sus propios recuerdos. La década de los 60 no le dio esos títulos míticos con los que pasar a la historia, pero le puso a las órdenes de Charles Chaplin (La condesa de Hong Kong), John Huston (Reflejos en un ojo dorado), Arthur Penn (La jauría humana) e incluso se dirigió a sí mismo en el western El rostro impenetrable. Su gran éxito en el cine le llegó en 1951, con Un tranvía llamado deseo, papel que ya había interpretado en el teatro. Su director Elia Kazan, le alzó a la fama con este papel, con ¡Viva Zapata! y con La ley del silencio. Julio César le puso a trabajar con Joseph L. Mankiewicz y El salvaje le dio el toque sensual que no le puede faltar a una estrella joven. Elia Kazan antes de en el cine le había descubierto haciendo teatro en el Actor´s Studio, la prestigiosa escuela de intérpretes donde también estudiaron Marilyn Monroe y Montgomerie Clift, entre otros. Otra profesora, Stella Adler, ya le había predestinado un futuro glorioso como actor. Su infancia, muy difícil con una madre alcohólica, era su fuente de sentimientos para su trabajo bajo el método Stanislavsky de la escuela. Su tormentosa vida personal le duró siempre, con varios matrimonios muy breves y múltiples hijos. En sus últimos años había tenido que luchar para evitar el encarcelamiento de uno de sus hijos, que mató al novio de su hermana, quien después se suicidó.