VISITA PAPAL
Juan Pablo II aconseja a España conservar su "unidad" y "pluralidad"
Por Amalia Casado3 min
España04-05-2003
Con los jóvenes recupera una energía especial. Habla alto y claro, bromea con ellos, dialoga y regala gestos. Con las autoridades hace gala de una cercanía y atención paternal que lo proyectan más allá de un simple hombre de Estado. Puede parecer que Juan Pablo II no se ha pronunciado directamente sobre los temas de actualidad política, pero su mensaje ha sido profundo, y va mucho más lejos de lo que a primera vista pueda parecer.
Ya en su discurso de bienvenida aludía a los temas principales que articularían después sus intervenciones ante los jóvenes en Cuatro Vientos, y ante los fieles y autoridades, en la misa que el domingo tuvo lugar en la plaza de Colón de Madrid: la paz, las raíces cristinas de España y la responsabilidad de ésta en la construcción de Europa. Difícilmente alguno de oso presentes podría no sentir el golpe certero de la alusión personal. Cuando acaba de terminar una guerra a la que el Papa se oponía, Juan Pablo II saludaba a España a su llegada al aeropuerto de Barajas con un “La paz sea con vosotros”. Y la paz ha sido uno de los ejes medulares de su mensaje en esta su quinta visita a España, “la paz que sólo Dios, por medio de Jesucristo, nos puede dar; la paz que es obra de la justicia, de la verdad, del amor, de la solidaridad”. Más tarde les hablaría sobre ello a los jóvenes: “Hoy quiero comprometeros a ser operadores y artífices de paz. Responded a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor. Venced la enemistad con la fuerza del perdón”. Y así encadenaba su discurso con un consejo que arrancó los aplausos del casi millón de asistentes al encuentro con los jóvenes: “Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo y de intolerancia. Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen. Las raíces cristianas y católicas Juan Pablo II no dudó en mostrar su seguridad en que España tiene una importante misión en la construcción de una Europa “no encerrada en sí misma, abierta al diálogo y a la colaboración con los demás pueblos de la tierra (...) consciente de ser faro de civilización y estímulo de progreso (...) al servicio de la paz y solidaridad entre los pueblos”. Quedaba patente en una frase de las suyas, radical, directa, polémica si hubiera sido pronunciada en boca de cualquier otro y que ya pronunció en 1982, durante su visita a Santiago de Compostela: “La fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español (...) ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas!”. El Gobierno casi en pleno, los Reyes y otras altas autoridades del Estado escuchaban las claras palabras. Los intentos por que la Constitución europea contemple en su redacción las raíces cristianas de Europa es una lucha de titanes que, a pesar de su objetividad histórica, parece una batalla perdida. Juan Pablo II ha insistido mucho en sus tres discursos en la importancia de mantener el legado histórico y cultural, y los valores propios heredaros de esas raíces cristianas “¡Europa, vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Aviva tus raíces!”. Progreso fundado en valores El Papa, conocedor de que España es actualmente el país con mayor proyección económica de Europa – “Con vivo interés sigo siempre las vicisitudes de España”-, también advirtió sobre los verdaderos valores que deben fundamentar el crecimiento y enriquecimiento de un país: “Constato con satisfacción su progreso para el bienestar de todos. El proceso de desarrollo de una nación debe fundamentarse en valores auténticos y permanentes, que buscan el bien de cada persona, sujeto de derechos y deberes, desde el primer instante de su existencia y acogida en la familia, y en las sucesivas etapas de su inserción y participación en la vida social”. A pesar de sus años, de sus esfuerzos y evidente cansancio físico, la claridad mental de Juan Pablo II se trasluce en sus mensajes. Sus llamadas están plenas de actualidad política en una coyuntura electoral en que la unidad de España, los nacionalismos y sus horizontes, o el debate en torno a las justificaciones de la guerra son principales en el escenario político. Juan pablo II ha dado testimonio, una vez más, de que es posible ser hombre de Dios y gran hombre de Estado.