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ALCOHOLISMO JUVENIL

El fenómeno del botellón en la juventud española

Por Juan Antonio MarínTiempo de lectura2 min
Sociedad13-06-2010

Aunque las generaciones anteriores también lo hacían, el lugar escogido generalmente no solía ser la ciudad. Cualquiera que tenga más de 20 o 30 años y eche la vista atrás recordará haber bebido en el campo o en la playa con sus amigos. El problema llega cuando el modelo se exporta a la ciudad y empieza a producirse de forma masiva entre los jóvenes de entre trece y veintitantos años.

El modus operandi suele ser siempre el mismo. Los jóvenes quedan para comprar la bebida, generalmente en algún establecimiento de alimentación regentado por extranjeros, en la mayor parte de los casos asiáticos, que les venden alcohol a menores sin ningún pudor. Suelen adquirir una botella de alcohol, una de refresco, hielos y vasos. Lo hacen en grupos de entre dos y cinco personas, lo cual abarata bastante el precio del pack y permite que luego dispongan de más dinero para entrar a alguna discoteca. Pero no solo el precio es el factor que determina a los jóvenes para beber en la calle. Es precisamente esa libertad de poder reunirse con sus amigos, muchos de ellos menores y a los que no permiten la entrada y mucho menos la compra de alcohol en la mayoría de discotecas, lo que les impulsa a reunirse en parques o sitios públicos a hacer el famoso botellón. Muchos han sido los políticos que han intentado acabar con este nuevo fenómeno en el que cada fin de semana participan miles de jóvenes, pero lo cierto es que ninguna medida ha sido eficaz para frenar la venta de bebidas y su consumo en la vía pública. En ciudades como Granada, el Ayuntamiento ha optado por ese refrán que dice que si no puedes con el enemigo lo mejor es unirte a él. Así han creado y habilitado una zona a las afueras de la ciudad en la que está permitido beber en la calle. Lo bueno de esta iniciativa es que se prohíbe beber en otro sitio que no sea éste, lo cual no quiere decir que la situación de que los jóvenes beban esté bien, pero al menos se controla una única zona, con las ventajas que eso conlleva: mejor asistencia policial y de emergencias y un único sitio que limpiar para los servicios de recogida de basuras. Hhace algunos años se pusieron de moda los macrobotellones, o concentraciones masivas de más de 20.000 personas, que se reunían para beber. Sin embargo, tanto ayuntamientos como los propios políticos se apresuraron a prohibir dichas concentraciones por considerarlas peligrosas. El problema de fondo es que si los jóvenes quieren beber van a hacerlo. No se puede dar luz verde a una auténtica ley seca para los menores, pues para ello sería necesario poner en marcha un dispositivo que impidiera vender alcohol en los pequeños establecimientos, lo cual es muy difícil de controlar. El verdadero control debe venir desde dentro, desde la familia, que debe educar a sus hijos para que tengan unas nociones básicas de lo peligroso que resulta beber alcohol a edades tan tempranas y que si aun así los jóvenes van a beber, al menos dispongan de toda la información posible, y lo hagan con moderación.