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KOSOVO

Kosovo cumple un año desde su independencia

Por Luis Miguel L. FarracesTiempo de lectura5 min
Internacional22-02-2009

Kosovo celebró la pasada semana el primer año de su independencia de Serbia. Una secesión impulsada por Occidente, que reconoció masivamente a la nueva república apenas unas horas después de su proclamación, a pesar de que con ello traicionaba la promesa de Naciones Unidas de respetar la territorialidad histórica serbia.

“Para lograr una solución de la crisis de Kosovo, deberá llegarse a un acuerdo sobre (…) un proceso político para el establecimiento de (…) un gobierno autónomo sustancial para Kosovo, teniendo en cuenta plenamente (…) los principios de soberanía e integridad territorial de la República Federativa de Yugoslavia” (hoy Serbia). Pese a que el anexo número dos de la Resolución 1.244 de Naciones Unidas encaminada a atajar el conflicto entre serbios y albaneses tras el conflicto de Kosovo establecía un claro limite a las ambiciones secesionistas de la región, Occidente reconocía masivamente la independencia de Kosovo horas después de proclamarse. Ante la desazón de millones de serbios, que veían cómo se les escapaba una región que consideran como la cuna de su identidad nacional, Francia, Reino Unido, Italia y Alemania reconocían al nuevo Estado de manera prácticamente automática. Tras ellos, y como si de una cascada se tratase, vinieron Estados Unidos y la mayoría de países de la Unión Europea, no sin cierta polémica. Bruselas, a sabiendas de que países como España no tenían intención de reconocer la independencia kosovar y que por lo tanto se presentaba un problema para mantener una unidad de criterio entre los Veintisiete, decidió dar carta blanca a los estados miembro para actuar libremente. España alegó que consideraba “ilegal” la independencia unilateral planteada por el Parlamento de Pristina, la cual es entendida como una violación de los principios de soberanía auspiciados por la Carta de Naciones Unidas y el Acta de Helsinki. Asimismo, la diplomacia española, preocupada por el posible precedente para los nacionalismos internos, consiguió que el resto de países europeos aclararan que el caso kosovar es un caso excepcional marcado por el conflicto bélico de los 90 que en ningún caso marcaría una pauta a seguir ante nuevas situaciones. La Embajada estadounidense, en llamas Ante la permisividad de Europa y Estados Unidos, millones de serbios se echaron a la calle anunciando una manifestación contra la independencia kosovar. La mayor de las protestas reunió en Belgrado a unas 300.000 personas y fue escenario graves incidentes. La ola antieuropea tras la secesión de Kosovo llevó a varios grupos de jóvenes a atacar con cócteles Molotov las embajadas de países como Croacia, Bélgica, Turquía o Canadá. Sin embargo, fue la Embajada estadounidense la que se llevó la peor parte. Ante la pasividad policial, decenas de personas invadieron las instalaciones de la Embajada y prendieron fuego a dos plantas del edificio. Cuando los radicales fueron dispersados por la Policía, sólo después de que el Departamento de Estado norteamericano exigiera protección para sus diplomáticos, las Fuerzas de Seguridad hallaron el cuerpo calcinado de uno de los manifestantes. Además, unas 90 personas resultaron heridas durante los incidentes. Rusia amenazó con usar la fuerza Frente a la alineación de Occidente con los secesionistas kosovares, Rusia se convirtió en el principal apoyo de Serbia para luchar contra el reconocimiento de Pristina como estado independiente. El embajador ruso ante la OTAN, Dimitri Rogozine, llegó a plantear que “Rusia podría llegar a utilizar la fuerza si la OTAN o la Unión Europea tratan de presionar a Naciones Unidas sobre la actitud a seguir ante la secesión. “Si la Unión Europea adopta una postura unida frente a Kosovo o la OTAN se excede en su mandato en la región, estas organizaciones entrarían en conflicto con la ONU”, declaró Rogazin. Asimismo, el diplomático aseguró que quizás sea posible que para que el parecer ruso sea respetado a este respecto quizás se necesitaría usar “la fuerza bruta” dado que según Rusia el caso de Kosovo amenaza con abrir numerosos frentes a lo largo de todo el mundo y la actitud de Occidente llevaría a la destrucción de todo el sistema de seguridad internacional. Sin embargo, pese al ruido inicial, Moscú decidió mirar hacia otro lado en el conflicto apenas unas semanas después. Los últimos años como provincia serbia Kosovo fue en los últimos años del mandato de la ONU una provincia socialmente muy dividida. Étnicamente, la etnia albanesa (minoría en el conjunto de Serbia pero que supone prácticamente el 90 por ciento de la población de Kosovo) es la mayoritaria en la región, y viene solicitando desde la desintegración de la antigua Yugoslavia la condición de Estado independiente. Del otro lado estaba el aproximadamente cinco por ciento de serbios, que se oponen a esa secesión y que, evidentemente, eran partidarios de reforzar los lazos con Belgrado. Anteriormente a la secesión y desde 1.999 la región estaba administrada directamente por un organismo dependiente de la ONU, que dotó a la provincia características casi de país independiente (Parlamento propio, moneda, sistema postal, división del territorio en condados, etc.) El mandato de Naciones Unidas sobre Kosovo fue fruto de la guerra homónima abierta en 1.999 entre el Gobierno de Belgrado y las milicias independentistas albanesas. No obstante, el problema venía de mucho más atrás. Cuando la Guerra de los Balcanes era ya inminente y los nacionalismos periféricos en Yugoslavia cobraban más fuerza que nunca, los serbios trataron de modificar la estructuras del Estado a la fuerza (pese a que se convocó un referéndum, Belgrado coaccionó a los parlamentos provinciales) para hacerlo más centralizado como medida preventiva a la desintegración del país. Sin embargo, ese fue el principio del fin. Con esa medida los nacionalistas se radicalizaron y, tras la desintegración de Yugoslavia los secesionistas kosovares se organizaron en milicias y comenzó un estado de guerra no declarada entre la Policía y el Ejército serbios y la leva albanokosovar con matanzas de civiles de uno y otro bando, pese a que tradicionalmente la peor fama se la ha llevado el lado serbio por valerse de organismos oficiales. La OTAN, que tenía en la retina las masacres de la Guerra de los Balcanes y la limpieza étnica del presidente yugoslavo Slobodan Milosevic en Bosnia, decidió intervenir militarmente sin el amparo de la ONU. Tras desmantelar la autoridad serbia sobre la provincia, la ONU se encargó de administrarla a espaldas de Serbia, pese a que siempre había reconocido el territorio como región del país balcánico.