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EE.UU.

América Latina: La puerta de atrás de la primera potencia mundial

Por Miguel MartorellTiempo de lectura3 min
Internacional11-03-2007

Ya en los atardeceres de la guerra de la independencia norteamericana (1775-1783), la clase política estadounidense tomó conciencia de las enormes posibilidades que ofrecía la vasta América Latina y se planteó su dominio como una prioridad de su política exterior. La estrategia de las administraciones norteamericanas respecto a la enorme masa de tierra al sur de sus fronteras ha venido marcada desde entonces por ese espíritu, que ha llevado a la propia América Latina a definirse como el trastero estadounidense.

La influencia de Washington en Latinoamérica comenzó con el apoyo a cada una de las guerras de secesión que agitaron América Latina en el siglo XIX. Sin embargo, la prueba más ostentosa es el férreo control que EE.UU. ejerció sobre la región durante el XX, muchas veces a través de sus servicios secretos. La “buena política de vecindad” que Roosevelt puso en marcha en 1933 sembraría las bases de un espíritu interamericano de colaboración que quedaría desmoronado con el fin de la II Guerra Mundial y la llegada de la Guerra Fría. En aquellos años, la sombra del comunismo se convirtió en la prioridad de todos y cada uno de los gobiernos estadounidenses. De Truman a Reagan, los distintos presidentes norteamericanos volcaron sus esfuerzos, cuando no su olvido, a combatir el comunismo en su frontera sur. Ello permitió la connivencia con todas las dictaduras latinoamericanas y sus atrocidades, llegando incluso a formar parte, a través de la CIA, de los genocidios cometidos en las distintas fases de la Operación Cóndor. Sólo Kennedy, como en muchos otros aspectos de la política exterior estadounidense, supuso un cambio radical en la relación EE.UU.-América Latina. Él fue el principal impulsor de la Alianza para el Progreso (ALPRO) que algunos definieron como una alianza democrática contra el comunismo y que ponía el acento en el binomio democracia-desarrollo económico, aunque tuvo escaso recorrido debido al poco interés que suscitó en las inversiones privadas. El intento de invasión de Bahía Cochinos (1961) supuso un antes y un después en las relaciones entre EE.UU. y la zona latinoamericana que contribuyó a deslucir la imagen de gratuita colaboración ofrecida hasta entonces por los estadounidenses. Sin embargo, el golpe definitivo llegó con el apoyo de Washington a la invasión de las Malvinas (1982) que generó gran malestar en América Latina. Tras una breve recuperación de las buenas relaciones con la Administración de George Bush, llegó Clinton y su Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que, pese a las reticencias que posteriormente generó, fue visto como una oportunidad de crear una gran región de libre comercio desde el Cono Sur de Argentina hasta Alaska. Sin embargo, en los últimos años, la resistencia a Estados Unidos, que encabezó durante décadas Fidel Castro, ha retomado fuerza con Hugo Chávez y el auge de distintos gobiernos izquierdistas. Se ha llegado a formar un eje antiestadounidense que ha reducido gran parte de la influencia de EE.UU. La gira de George W. Bush no es baladí en este sentido. La influencia estadounidense en Latinoamérica se reduce ahora al ámbito económico, campo en el que se ve beneficiada especialmente Colombia, la gran apuesta de Washington, especialmente en todo lo concerniente a la lucha contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el narcotráfico. Sin embargo, no debe perderse de vista un factor de influencia mucho más importante, dado su impacto en la raíz ideológica. La expansión del evangelismo y su visión mesiánica de la historia por la región latinoamericana proporciona a Washington grandes aliados para el futuro, especialmente en Guatemala, donde los seguidores de esta corriente cristiana-fundamentalista alcanzan el 40 por ciento de la población.