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CHILE

El féretro de Pinochet, despedido con todos los honores militares

Fotografía
Por J. F. Lamata MolinaTiempo de lectura3 min
Internacional14-12-2006

No fue un entierro familiar sino uno multitudinario al que acudieron (entre sepelio y misa) unas 10.000 personas, en una cifra inferior a la de los chilenos que salieron a la calle en Santiago el día de su muerte para celebrarlo. Los actos, apoyados por el Gobierno socialista chileno, que han llenado de asombro a toda la Comunidad Internacional, no estuvieron exentos de polémicas.

El general Pinochet tuvo, sin duda, el entierro que él hubiera querido, el de los máximos honores militares (que no, presidenciales), no cabe duda de que él se consideró un militar antes que un político. El discurso del actual jefe de las Fuerzas Armadas chilenas, Oscar Izureta (que recibió el puesto en 1998 de manos del propio Pinochet) se convirtió en el primer acto de justificación de la imposición de la dictadura militar el 11 de septiembre de 1973: “Cuando Pinochet decide actuar el 11 de septiembre de 1973 lo hace con el convencimiento de que no había otra salida a la crisis”. El ex ministro chileno Carlos Cáceres fue más directo al definir al fallecido como “uno de los hijos más notables de este país”. Pero sin embargo el discurso más sorprendente fue el del capitán Augusto Pinochet Molina (nieto del dictador) que en una alocución que no estaba prevista manifestó un discurso en el que aseguró que su abuelo “derrotó, en plena Guerra Fría, al modelo marxista que pretendía imponer su modelo totalitario, no mediante el voto, sino derechamente por el medio armado”. Hasta aquí no fue esencialmente diferente a los otros oradores, sin embargo Pinochet Molina añadió que esperaba “que el Ejército tomara las mismas medidas en caso de que volviera a ser necesario”. Al día siguiente, Pinochet Molina era expulsado de las Fuerzas Armadas. Junto con él, el general Ricardo Hargreaves era expulsado igualmente tras manifestar ante medios de comunicación que “no se arrepentía de haber apoyado el golpe de Estado y de que en la misma situación lo volvería a hacer”. Una de las pocas intervenciones críticas en la misa fue precisamente la del sacerdote que la oficiaba, Juan Barros, que reconoció que durante el mandato del general se produjeron “dolorosos acontecimientos” -al contrario que Videla o Franco, Pinochet no contó con el apoyo explícito de la Iglesia y varios sacerdotes fueron desterrados del país por solidarizarse con los pobres, cuando no asesinados-. Además, el nieto del general Carlos Prats, viejo conocido del general Pinochet que murió asesinado a finales de 1975 en Argentina por un atentado con dinamita de la DINA (la temida Policía secreta del régimen), escupió contra el féretro del ex presidente y fue detenido por la Policía. La actitud del Gobierno chileno ha sido lo que más sorpresa generalizada ha causado. La actual presidenta, Michelle Bachelet, que fue víctima de torturas durante la dictadura militar y cuyo padre fue asesinado, autorizó absolutamente todos los actos. Incluso permitió que la ministra de Defensa estuviera presente en la misa de despedida. La presidenta recordó que ella era “la presidenta de todos los chilenos” y que su principal objetivo era la reconciliación. Aunque la familia Pinochet había afirmado que no quería representantes del Gobierno, la viuda y la hija menor del ex presidente se acercaron a saludar a la ministra al ver que estaba presente. Para la extrema izquierda chilena quedaba claro que el Gobierno nunca tuvo verdadera intención de sentar en un banquillo a Augusto Pinochet para evitar el inmenso malestar social que se habría producido. La presencia de todo el Estado Mayor en el funeral de Augusto Pinochet no debe entenderse como un apoyo total a su gestión. El rigor militar obliga a asistir a los funerales de un jefe de las Fuerzas Armadas y la presencia de la ministra de Defensa respondía también a ese rigor.