CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Aníbal
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión03-01-2005
Aníbal es un general... digo, un coronel estadounidense, que combatió en Vietnam y lidera actualmente al Equipo A, un comando de soldados fugado de prisión que fueron condenados por un delito que no habían cometido. Esto sabe todo hombre culto formado en la pertinaz y minante cultura dogmática de nuestro tiempo. De semejante modo, todos sabemos que Arturo era un chavalín casado con la gran guerrera Ginebra -la historia real detrás de la leyenda-. Por no hablar del Aquiles de Troya o del novísimo Alejandro reinventado por Oliver Stone. De todos estos personajes cabe decir, con Umberto Eco, que, como de la rosa, “no nos queda más que el nombre”. Todo lo demás, se reinventa con Mastercard. Siempre me ha llamado la atención el desconocimiento que algunos grandes hombre de la historia tenían de quienes les precedieron. Uno lee las críticas de Kant a Aristóteles, por ejemplo, y se pregunta si el alemán leyó de veras al griego. Ocurre lo mismo con infinidad de casos y me pregunto cómo es posible que los más sabios de cada época estén impregnados de ciertos prejuicios históricos de los que no han podido escapar. Echando un ojo a la cultura flash de nuestro tiempo, me pregunto si estos grandes hombres no confiaron demasiado en fuentes indirectas con intenciones distintas a la recuperación del pasado. Ya no el hombre sabio: me pregunto qué visión tenemos hoy nosotros, pobres mortales, de personajes como Aníbal el cartaginés, el Emperador Alejandro Magno, Aquiles, Edipo, Robinson Crusoe y tantas otras revisiones, respetables como arte pero lamentables en su intento de venderse como fieles a la historia o a la ficción original. Ocurre cuando un artista con legítimas intenciones expresivas e ideológicas juega burdamente con el método histórico para encontrar los datos aislados que aderecen la un relato cuya unidad -cuya verdad- ya inventará el artista. Valga una receta contra la melopea de la sobreinformación, heredada de un amigo. Veamos Troya, pero no creamos saber nada de aquello hasta leer la Iliada. Esto, con todas las revisiones que nos plantea el pensamiento único. Así descubriremos dos cosas: primero, el placer de leer a los clásicos que inspiran tantas secuelas; segundo, quizá más importante, qué suprimen y qué inventan las nuevas versiones, es decir, qué nos pretenden esconder y qué nos quieren vender.