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EL REDCUADRO

El chivatazo de Tatiana

Fotografía

Por Antonio BurgosTiempo de lectura3 min
Opinión19-09-2004

Tatiana nació en una ciudad que ya no existe. Al menos con tal nombre. En Leningrado. Leningrado no existe, como tampoco el comunismo que la sacó de pila. El comunismo está recluido en esa reserva natural que se llama Cuba, una Doñana con palmeras y huracanes que no se dignan entrar donde no hay libertades. Y donde protectores de especies en extinción, como García Márquez, Saramago y los progres Visa Oro del «no a la guerra» preservan a Castro como al famoso lince de Doñana. En casa de Cristina creían que Leningrado aún existía. Hasta que llegó Tatiana, la tata rusa que les mandó la agencia. Tatiana llegó diciendo que era de San Petersburgo. Cristina, Álvaro su marido, las niñas, la abuela, todos aprendieron al punto dos cosas: a hablar con Tatiana en infinitivo verbal, como los indios en las películas que (por el momento) pone Garci en La 2, y a saber que Leningrado es ahora San Petersburgo. Les decía: -Ser San Petersburga. -¿Y lo de Leningrado? -Leningrado comunisti... Y já, já, a Tatiana le entraba una risa nerviosa al evocar el comunismo. No se lo explicaban. Es más de llanto que de risa que ahora los simpapeles vengan del antiguo paraíso comunista. Y no era precisamente de risa lo que por dentro pensaba la madre de Cristina. Pensaba en aquellos que, queriendo traer al pueblo ese paraíso, aquel mes de julio sacaron de la cárcel al abuelo, por el terrible delito de ir a misa los domingos, y se lo llevaron, para no volver, junto a las tapias del cementerio. Cristina hasta tuvo que darle un codazo a su madre cuando delante de Tatiana le dijo una noche: -Pues que sepas que tu padre, que estuvo en la División Azul para vengar lo del abuelo, no hubiera consentido un ruso en casa. Y de Leningrado nada menos. ¡Con lo que pasó el pobre en el frente de Leningrado! Desolación de la quimera comunista aparte, Cristina estaba contentísima con Tatiana. Seiscientos euros al mes. Un solo día libre a la semana. Limpia. Cumplidora. Más seca que un esparto, eso sí. Pero les daba pena cuando sacaba las fotos de su pisito, de su hija, y se echaba a llorar. Les impresionaba lo que dijo un día, entre lágrimas, en su lenguaje de indio de película: -Yo venir trabajar Espania para hija estudiar Universidad... -Llorar, no, Tatiana... -Sí, llorar, San Petersburga lejos y Tatiana no tener posta y ayier teléfona locutoria no contestar. No saber casa, no saber hija. Más va a llorar ahora Tatiana. La madre de Cristina lo oyó por la radio y le dijo, tajante: -Hija, ya mismito estás poniendo a Tatiana de patitas en la calle. Han dicho por la radio que todo el que tenga una simpapeles en la casa se va a enterar. Los animan para que nos denuncien a los que les damos trabajo. Esta te denuncia. No te olvides que es comunista. ¡Vamos si te denuncia! Esta es soviética, bolchevique, y te denuncia. A Tatiana, que para mandar más euros a Rusia ahorraba hasta el dinero del autobús y se iba andando a ver a sus paisanas el día libre, la han despedido, no los vaya a denunciar. El Gobierno quería convertir a los simpapeles en chivatos de sus empleadores, y no saben el daño que han hecho. Lo han desmentido, como siempre con freno y marcha atrás. Hoy desmiento más que ayer, pero menos que mañana. Van con la «L» de la autoescuela en el examen práctico del poder. En esta España (perdón, Estado Español) donde empezamos a quemar almacenes chinos y el de la droguería terminará metiendo mecha a la tienda de los veinte duros del moro de la esquina, ¿cuántos ilegales habrán sido despedidos por miedo al chivatazo de los simpapeles?

Fotografía de Antonio Burgos

Antonio Burgos

Columnista del diario ABC

Andaluz, sevillano y del Betis

** Este artículo está publicado en el periódico ABC y posteriormente recogido de AntonioBurgos.com por gentileza del autor