SIN ESPINAS
La vida real
Por Javier de la Rosa
2 min
Opinión31-05-2004
Tengo que confesarlo. Soy periodista y llevo dos días desconectado de la vida “real”. ¡Mentira! En rigor no he estado más conectado a la actualidad de mi vida que en los dos últimos días de este pasado fin de semana. El sábado un amigo cubano que venía de Finlandia cumplió años, comí con mis padres, hablé por teléfono con otro amigo al que no he visto desde hace tiempo y una niña me dedicó una sonrisa inolvidable. Paseé por Madrid, cené en la calle Mayor y me tiré en el césped mirando al cielo con el Palacio de Oriente de fondo y las copas de los árboles en el cénit de mi bienestar. Confieso que lo más trágico de ser periodista es llegar a creerte que hay algo más real que tu propia vida. La realidad que muestran los medios de comunicación es tan parcial que a veces no llega ni a proyección de la realidad. La trascendencia de los acontecimientos que se exhiben o narran es muchas veces indiscutible, pero habría que cuestionarse cuántos de ellos tienen una repercusión siquiera indirecta sobre nuestras vidas. Antes al contrario, más allá de generarnos un estado de desánimo y pesimismo tan latente como permanente, no tienen otra influencia en nuestra existencia. En esa extraña ventana abierta al mundo no se muestran escenarios hermosos y gratificantes, ni todas las bondades que ofrece la naturaleza humana. Hay una brutal descompensación entre lo bueno que hay en el mundo y lo malo; que es reunido con ahínco y condensado en media hora para vomitarlo sin sentido. Decir que lo maravilloso que hay en el mundo es infinitamente más que lo malo para muchos resultará ridículo. Pero ¿y si así fuera y permaneciéramos ciegos ante tal realidad? En la naturaleza humana está permitir que lo malo haga mucha más sombra a lo bueno que viceversa, por eso, debemos hacer un esfuerzo por invertir los términos para ser justos con nosotros mismos. Para vivir la vida real.
