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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

Zapatero, el dialogador incrédulo

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión30-05-2004

El talante de Zapatero recuerda al de las serpientes sibilinas: conviene mirar con atención para descubrir lo callado, que suele ser mucho más vital que lo expresado. Las políticas sociales que el Gobierno ha presentado esta semana son un claro ejemplo de ello. Al proclamar su “a favor” de semejantes proyectos sociales descubre aquello de lo que está “en contra”, que suelen ser esas realidades “nominalistas” en las que él, no cree. Zapatero no cree en el amor eterno. No cree que la promesa de amor “hasta que la muerte nos separe” sea un bien que deba ser protegido. Por eso quiere eliminar los trámites del divorcio y el periodo de separación: los considera lentos y desagradables. No cree que un periodo de separación salva numerosos matrimonios que se ven fortalecidos en su amor gracias a la protección jurídica vigente hasta hoy. Para Zapatero, casarse y divorciarse debería ser un trámite sencillo, algo que pueda hacerse y deshacerse con celeridad, sin que nos quite tiempo de otras cosas más importantes. Como, por ejemplo, cuadrar las cuentas, de modo que uno pueda casarse los días pares y divorciarse los impares, para tener ciertas exenciones fiscales ¡muy rentables!, por cierto. Es lo que tiene premiar el divorcio y gravar el matrimonio. Zapatero no cree en la comunión plena entre las personas. No cree en la unidad profunda del matrimonio, esa que biológica, psicológica y espiritualmente sólo puede darse entre el hombre y la mujer, en la promesa eterna de su amor, y cuyo fruto natural y mágico es la creación de una nueva vida. No cree que esa unidad plena agraciada con los hijos merezca el nombre propio de familia. Como sólo es un nombre jurídico, llamemos familia a cualquier asociación que quiera llamarse así -no ofendamos a nadie- y acogerse a un régimen jurídico o fiscal favorable. Zapatero no cree en la dignidad del hombre -ni de la mujer-. Para Zapatero uno es persona cuando vota; y persona de verdad y progresista y estimable cuando le vota a él. Zapatero no cree que una vida es humana hasta que no se manifiesta con pancartas o le chilla al oído y le molesta o conforma un grupo social representativo. Por eso Zapatero no protege a los embriones. A Zapatero le preocupan las votantes madres que quieren descuartizar esos problemas que les salen en el útero, pero no la preocupan esos problemas tan insignificantes en tamaño y talante. A Zapatero le preocupa esa familia votante que salvará la vida de un niño creando varios hermanitos para matarlos y extraer sus órganos. Pero no le importan esos hermanitos llamados niños medicamento, pues son más minúsculos que las cápsulas del antibiótico, y aún no son en absoluto dialogantes. Zapatero no cree en el espíritu humano. No cree en el “amaos los unos a los otros como yo os he amado”, aunque ese sea el principio que ha fundado los ideales más altos que ha visto nuestra vieja Europa. No cree que todos seamos hermanos. No cree que todos tenemos dignidad por el hecho de ser hombres. Por eso dice que la Constitución Europea no debe reflejar las raíces cristianas que, de hecho, son las únicas culpables de su inspiración social y son la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Por eso dice que tu dignidad, querido lector, como la mía y la de todos, no nos viene de nacimiento y por naturaleza, sino de la Constitución española. Zapatero cree en el talante y el diálogo. Pero Zapatero no cree en el amor eterno, ni en la comunión plena de los amantes, ni en la comunidad integral de la familia, ni en el milagro de la vida, ni en la dignidad natural del hombre, ni en el espíritu humano. A estas alturas, lo único que sé, es que yo me niego a creer en un dialogador incrédulo como Zapatero.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach