CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
El tachón es bello
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión29-03-2004
El típex siempre me ha parecido el puritanismo del cuerpo danone aplicado al bello oficio de la palabra hermosa. Muchos alumnos responden a algo distinto de lo que plantea la pregunta del examen y otros entregan sus ejercicios sin nombre; lo que ya no sucede nunca, pues allí ponen todo su empeño, es que un solo tachón afee la temblorosa caligrafía. No importa no decir nada o cometer faltas de ortografía, pero que la hoja se presente limpia y que el maquillaje oculte todas las imperfecciones. Sin duda, son ya otra generación. Recuerdo que los cuerpos danone que anunciaban las excelencias del yogur tenían muy poquita gracia. No hacían enmudecer al espectador ni ocupaban los sueños idealizados de ningún amigo del barrio. Entre otras cosas, porque uno espera de un cuerpo que lleve un alma dentro, es decir, que sea una persona. Los seres humanos, frente al resto de la naturaleza, tenemos la curiosa costumbre de romper las reglas, ser imperfectos, inventar nuevos cánones o recrear los antiguos, tropezar una docena de veces con la misma piedra, saltarnos el protocolo que nosotros mismos inventamos o incluso predicar cosas hermosas con un corazón podrido. Es la doble cara de esa extraña capacidad de ser libres: podemos ser y hacer lo más hermoso; podemos ser y hacer lo más terrible; e, incluso, podemos hacer las dos cosas a la vez. Decía un personaje de Robin Williams (El indomable Will Hunting) que eran las imperfecciones de su amada las que le hacían quererla con locura, las que suponían la sal de la vida. No caeré en la exageración falaz de afirmar que el error es bueno, ya que nos permite acertar. Pues la realidad es más bien la contraria: porque podemos y solemos acertar resulta que, a veces, erramos. La capacidad propia del hombre es la de acertar y sólo cuando eso no ocurre -como carencia, como limitación, como precipitación, como merma de una capacidad- yerra. Pero, puesto el error en su lugar, debemos reconocerlo, asumirlo y aceptarlo. Un ensayo sin tachones no puede ser obra humana. Sólo de dioses, de genios... o de quien no tiene más de una idea plana en la cabeza. Para todos los que están a mitad de camino entre la sabiduría perfecta y la atrevida ignorancia, existen los tachones, las rectificaciones, los errores. Re-conocerlos es el primer paso para aceptarlos; aceptarlos, el primero para superarlos. No maquillemos nuestros tachones ni nos creamos cuerpos o mentes danone. Ni las hay, ni tendrían vida humana, y, por eso mismo, no serían amables.