CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Difusivo de sí
Por Álvaro Abellán
2 min
Opinión24-11-2003
Dicen que el bien es difusivo de sí, comunicativo, latente, propuesto, alegre, expansivo y respetuoso. El mal, por el contrario, es como un agujero negro: concéntrico, sordo, avasallador, impositivo, eliminador, discordante, egoísta, pesado. De ahí que un hombre no puede ver nunca la imposición como algo bueno. Cuando un bien, por valioso que sea, deja de ser respetuoso y propuesto para ser impuesto, deja de ser bueno para el hombre, porque ataca a su núcleo vital: la decisión libre. Cuando algunos acusan a Aznar de ser el culpable del crecimiento de los nacionalismos periféricos, se equivocan aún más que quienes le exculpan. El gran problema tradicional con los nacionalismos periféricos es que durante 20 años se toleraron sus ideas -no se amaron, ni se comprendieron, pero “se les perdonaba” o se les permitía como moneda de cambio-, se toleraron sus ideas, digo, pero no se les toleró a ellos, ni su actitud, ni se respetó a sus personas. El actual problema, enquistado en la última mayoría absoluta, no es que ya no se toleran sus ideas -que, por otra parte, nunca fueron tolerables-, sino que continuamos sin respetar a las personas. Es cierto que el error, la sordera, la equivocación y la cortedad de miras está presente en la radicalidad de todo nacionalismo, pues la raíz del nacionalismo moderno consiste más en el odio al otro que en la afirmación de las virtudes propias -basta leer a Sabino Arana, cuya literatura rivaliza en esperpéntica con la de Hitler-. Entre otras cosas, porque la afirmación y el cultivo de las virtudes propias no puede sino unir a los pueblos, y jamás separarlos. Lo que no puede ser cierto es que más de la mitad de un pueblo, por manipulado que se encuentre, no sea capaz de reconocer un auténtico bien propuesto. Me pregunto si acaso no lo reconocen como bien -aunque objetivamente lo sea- precisamente porque se les aparece como impuesto y, sea o no esto así, la actitud de Aznar no invita a pensar de otra manera. Digamos también y en justicia que una cosa es la falta de amor de Aznar y otra muy distinta el odio nacionalista. Digamos, para todos, que el frentismo, que puede ser sano en las ideas, debe ser desterrado de los corazones.