CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Un dígito vale menos que dos
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión30-12-2002
La locura de nuestro mundo se manifiesta con mayor estulticia en fechas señaladas. En esos momentos especiales todos abandonamos la pose de afectación y nos mostramos más naturales y despreocupados. Como si de repente recordáramos que estamos en un mundo que es algo más que nosotros. Una de las fechas más reseñadas por todo el mundo -es decir, por Occidente, porque al resto no parecemos considerarlo mundo- es la de fin de año. En días como éste, los que seguimos usando papel no tenemos más remedio que cambiar de agenda. Algunos hacen balance de lo vivido. Los más optimistas formulan deseos -pronto olvidados- para el año venidero; los más pesimistas se empeñan en recordarnos todo lo trágico que fue el tiempo que nos deja. Unos y otros se olvidan de esto cuando pasada la fecha regresa la afectación propia del hombre ocupado, trabajador y serio. Las instituciones políticas invierten millones de pesetas en estas fechas. Y los medios de comunicación. Las televisiones y sus galas; las radios y sus micrófonos abiertos, por una vez al año, para los oyentes amables de las buenas noticias y libres de intenciones demagógicas o manipuladoras. O tal vez no. Los periódicos son los reyes indiscutibles de los anuarios, las revistas son damas de honor las fotografías del año y todos son soporte publicitario de regalos caros y baratos, innovadores y clásicos, de moda y demodé. Ningún año dejo de ver reportajes sobre la tecnología que vendrá en los próximos meses y que nunca llega. Parece como si el avance científico se planificara por temporadas, como la moda y la agricultura. Todo por un cambio de dígito, a veces de dos; y mejor no recordar cuando cambian los cuatro, porque menuda se organiza en todo el mundo. Dígitos convencionales, fiestas convencionales, galas y reportajes convencionales, actos convencionales... tantos convencionalismos que uno se pregunta si alguien recuerda qué es lo no convencional de estas fechas. Eso que ocurrió hace muchos años pero que no tenía nada de convencional o de circunstancial en el tiempo. Algo que hace que el año que dejamos sea el 2002; pero que también debería hacer que nos preocupáramos menos por las noches viejas y viviéramos de verdad las buenas.