SIN CONCESIONES
Un líder de abrazos y fotos
Por Pablo A. Iglesias
6 min
Opinión29-07-2014
Lo del PSOE no ha sido un congreso. Con tanta calma y tantas sonrisas en los pasillos al menos no lo parecía. Los cónclaves socialistas son siempre de tensión, enfrentamiento interno, negociaciones hasta el alba e intercambio de ideas incluso en el aseo. Este Congreso Federal ha sido más bien un mercadillo de besos y abrazos, con el nuevo líder regalando gestos de cariño como en una oferta de 3x2. Pedro Sánchez apenas podía caminar entre la multitud porque todos los afiliados querían fotografiarse con él. ¡Son los nuevos tiempos! Da la sensación de que militar en un partido político ahora consiste en acumular imágenes que publicar en las redes sociales para fardar de amistades, en vez de discutir reformas provechosas para el país. Las sonrisas y las fotos son más baratas y más fáciles, aunque suponga el encumbramiento de la superficialidad. En esto la izquierda suele ser vanguardia. Es capaz de votar por unas cejas o una coleta sin necesidad de demasiados argumentos. La derecha presume de ser más madura, aunque en ocasiones transmite la sensación de que votaría a su candidato aunque fuera una cabra. Pedro Sánchez hereda el partido de la superficialidad y el márketing político que hundió Zapatero. Romper con ese legado será difícil a la vista de sus primeras palabras y sus mensajes más ovacionados. Condenó enérgicamente los ataques de Israel en la franja de Gaza pero no dijo nada de los más de 9.000 niños muertos en la vecina Siria. Tampoco de la represión civil en Venezuela o de la falta de libertades en Cuba. El PSOE, como todos los partidos de izquierda, se agarra a causas nobles para defender los derechos humanos pero de forma incoherente esconde esa misma bandera por afinidad ideológica. No obstante, este pecado es propio de todo tipo de formaciones, pues los políticos tienen facilidad para ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Los tics populistas del nuevo secretario general del PSOE salieron a relucir con la referencia a Gaza pero también con las lecciones de lucha contra la corrupción en pleno escándalo de los ERE falsos de Andalucía, la igualdad de género llevada al absurdo de las listas cremallera o el estrambótico machismo del lenguaje, pero sobre todo con la obsesión persecutoria a la Iglesia católica. "No somos ni debemos ser anticlericales", afirmó Pedro Sánchez. Sus "compañeros y compañeras" reaccionaron de inmediato con un silencio de desaprobación, hasta que prometió romper el Concordato que España y el Vaticano mantienen desde hace casi 40 años. Entonces el público estalló de júbilo. El principal problema del PSOE no es el incipiente liderazgo de Pedro Sánchez ni el desgaste que acumulaba Alfredo Pérez Rubalcaba, ni siquiera la alargada sombra de poder y carisma de Susana Díaz. El agujero que debe resolver es el vacío ideológico en el que le hundió Zapatero. Claro que los socialistas tienen un proyecto político pero durante la última década han convertido la anécdota en dogma y lo intrascendente en caballo de batalla. La apariencia por encima de los resultados y los clichés izquierdistas han encumbrado al PSOE a la cima de la superficialidad. Ya no estamos en el siglo XIX, así que la lucha de clases resulta anacrónica. Ahora la política debería guiarse por el pragmatismo, el sentido común y la búsqueda de mayorías desde el centro. Este es el gran reto que Pedro Sánchez tienen por delante, si los suyos le dejan. Las ambiciones desmedidas de susanas y chacones pueden resultar peligrosas para el nuevo secretario general pero el verdadero freno para el futuro del socialismo son las ideas huecas e inconsistentes que implantó Zapatero. Ni son sencillas de desterrar si se vislumbra intención de enmendarlas. Acierta Pedro Sánchez cuando recomienda pasar de la indignación de un partido en la oposición a la acción de quien pretende ser alternativa al Gobierno de Mariano Rajoy. Ese cambio de mentalidad ya sería un triunfo porque con la crítica feroz no se ganan adeptos a un proyecto de cambio. Sólo se moviliza a los que ya están convencidos. El PSOE tiene apenas un año para plasmar el nuevo proyecto, que debe ser nuevo de verdad y no una versión 2.0 con caras más jóvenes del zapaterismo de infausto recuerdo. Sin embargo, el primer discurso -excelente en las formas- reincide en viejos errores del pasado. Derogar reformas del adversario y cancelar los acuerdos con la Santa Sede no suenan a distinta melodía. Al revés. Es la misma vieja partitura que interpretaba Rubalcaba pese a que no movió un dedo por ella las veces que fue ministro. El reto del nuevo secretario general consiste en abandonar la palabrería que sólo sirve para calentar al público de los mítines y pasar a los hechos que tejen una sociedad, que cohesionan a un pueblo y que inspiran a una nación. Sí, a una nación, no a un conjunto de naciones ni a una suma de anhelos independentistas. Quienes hace un mes se burlaban de Pedro Sánchez ahora le envidian como nuevo secretario general. Quienes auguraban que estaría tutelado por el PSOE de Andalucía se han quedado sorprendidos al ver que la Secretaría de Organización es para el riojano César Luena. La nueva dirección está compuesta de gente propia que ahora debe convertirse en un equipo. Eso sí lo hizo bien Zapatero durante los cuatro años que estuvo en la oposición. El triunfo de Sánchez no es casual porque lleva muchos meses trabajando esta oportunidad. Mientras los demás vivían cómodos en sus despachos, él se pateaba agrupaciones de militantes. Esa esa su valía, su legitimidad e incluso su patrimonio. Aún recuerdo con frescura cuando mis compañeras Concha López e Irene Rivas descubrieron y publicaron en enero que el madrileño pensaba dar la batalla. Acertaron por completo cuando nadie hablaba de él. Pedro Sánchez tiene talento, más importante que el talante; tiene conocimientos y aptitudes, no siempre habitual en su profesión; es de izquierdas pero tiene aún más mano izquierda... Ya lo ha demostrado en la difícil batalla por alzarse con el mando del partido. Pedro Sánchez debe y, sobre todo, es capaz de demostrar que el PSOE cree en otra política económica sin disparar el déficit y la deuda pública como Zapatero, que la valía del género femenino se demuestra rodeado de mujeres sin necesidad de cuotas, que la monarquía debe continuar aunque prefiera la república, que la laicidad no significa lo mismo que laicismo y que el anticlericalismo resulta radical e intolerante, más aún en un país mayoritariamente católico. Tiene que ser valiente y reconocer que el federalismo es un vocablo fetichista que se queda corto al lado del Estado de las Autonomías, que la Constitución española de 1978 sirve a las nuevas generaciones como ha sido útil para que la suya creciera en democracia. Ahora debe pasar de los abrazos y las fotos con los colegas de militancia a estrechar la mano con toda la sociedad. El camino para conquistar una mayoría social pasa por construir discursos para el conjunto, en vez de lanzar eslóganes atractivos para muchos grupos de minorías. Promete reinventar el PSOE y necesita hacerlo rápido si quiera recuperar la confianza de millones de votantes que ahora se sienten atraídos por un tertuliano iluminado de fama.
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito