CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Soledad de desamparo
Por Álvaro Abellán
2 min
Opinión09-06-2002
“Dormir contigo es estar solo dos veces, es la soledad al cuadrado”, cantan al unísono Sabina y Páez, enemigos íntimos del cálculo y la norma. Rebelarse contra conceptos inertes y estirar sus distintos significados desvela verdades profundamente humanas, pues nuestra realidad, si oculta alguna clave, es más poética que matemática. Esta afirmación cantada suma argumentos a la propuesta de revisar el concepto de “presencia real”, pero viene ahora al artículo por otra cuestión: la dificultad de descubrir la soledad de desamparo que sufre el hombre contemporáneo. La soledad de desamparo nacía siempre en un silencio de mudez, cuando el enlace de la web decía “no encontrado”, cuando los amantes no tienen qué decirse, cuando el hijo cae en que nunca regaló a su padre un “te quiero”, cuando el católico deja de confesarse, cuando no hay nada que mencionar del nuevo empleo. Pero el verso de Sabaez habla de una nueva forma de soledad de desamparo: una que nace en el corazón del ruido, hija de la saturación de palabras que se niegan a sí mismas, de ruidosos silencios que son silencio de hartazgo. Hoy el hombre está rodeado de vecinos y compañeros de trabajo, pero desamparado y desnudo ante una ciudad inhumana cuyos mecanismos le superan. Es cuando después de dos horas navegando no encuentras lo que habías buscado, cuando la televisión acalla a la cena familiar, cuando las mentiras ganan juicios y los asesinos, el Nobel de la Paz. La mudez y la saturación son silencios y soledades de desamparo. Tanto vale la nada como el todo mal ordenado. Pobre hombre contemporáneo. El dramático -y un poco asmático, sin duda automático y a menudo antipático, que diría maese Rupérez-, ni siquiera sabe que está solo. El trágico sí lo sabe, pero sólo se compadece. ¡Lastima el malogrado Sapáez! No pensó en romper su soledad creada sembrando palabras de amor, en vez de frases lamentadas.