ROJO SOBRE GRIS
100 años mujer de rojo
Por Amalia Casado3 min
Opinión04-02-2007
Mi abuela ha cumplido 100 años. Felicidades, abuela: eres una superviviente. No sé por qué más motivos Dios te conserva pero yo sé uno: gracias a ti yo sé que el mundo empezó mucho antes que yo misma y que mis padres; sé que formo parte de una historia mucho más grande que mi vida, y que gracias a ese pasado soy también quien soy. Hay un autor: Dalí. A mi padre le gustaba de él un cuadro: la cesta de pan. Dalí me fascina desde que era pequeña porque recuerdo a mi padre admirando aquel lienzo pequeño en el que, al borde de una mesa de madera, reposaba una cesta con un panecillo. Verán: mi padre es de los que besaba el pan cuando se caía al suelo. Lo hacía porque también lo besaba mi abuela, que es su madre. Mi abuela ha vivido tres guerras, y ella sabe lo que es no tenerlo, y sacar adelante a cuatro hijos en una posguerra. Una vez, a la cola del racionamiento, se acabó el pan antes de que ella pudiera recoger su ración. Se puso a llorar: ¿cómo iba a volver a casa con las manos vacías? Una mujer compartió su ración: partió su pan en dos y dio la mitad a mi abuela a cambio de los correspondientes cupones. En Figueras, viendo los cuadros de Dalí, me pareció a mí –con 5 años- que mi padre miraba aquel cuadro de la cesta de pan de una forma diferente. Y, sin quererlo, yo aprendí algo importante: que para el hombre, las cosas son más de lo que parecen: las cosas son también lo que representan, son también su tremendo poder evocador y simbólico, capaz de devolvernos a cualquier momento de nuestro recuerdo e, incluso, de hacernos reír o llorar. El arte es eso, y gracias a aquellas lágrimas y a esa historia que a mi padre le impactó y a mí también, mis ojos aprendieron a ver más allá. Mi abuela todo lo cuida y lo guarda con mimo: desde una cuchara hasta un vaso o un tarro de mermelada vacío. A mi abuela las cosas le duran mucho tiempo, y no tiene muchas esclavitudes de nuestra época. Quizás sólo sea difícil de consolar cierta soledad de su corazón, pues a los 100 años y aunque le queden muchos, siempre serán menos que los que han pasado. Y algunas personas de entonces no están hoy: eso sí debe de doler, más que no tener pan. También creo firmemente que de mayor, cuando se vuelve a ser tan un niño, Dios ama mucho y consuela mucho el corazón de sus hijos. ¡Lo creo de verdad! Si unos padres sufren y consuelan a sus pequeños cuando lloran, qué no hará Dios con esos niños que son los abuelos, y que lloran igual pero con las lágrimas de la memoria, que escuecen. Cuando se despide, mi abuela siempre dice: Salud y paz. Nadie murió durante la guerra civil en su pueblo natal, Fontioso, en Burgos. Gracias a Dios, yo no he heredado la debilidad de los odios y cicatrices que se pueden reabrir, sino el ejemplo de mis antepasados que, valientemente, se levantaron y dijeron: “Vida y paz porque, antes que nada, somos hermanos. Aquí no se mata a nadie”. Y así fue. Me gusta saber de dónde vienen las cosas. Se llama Leonor. Tiene 100 años. Es mi abuela y vengo de ella: de una mujer de rojo sobre fondo gris.
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Amalia Casado
Licenciada en CC. Políticas y Periodismo
Máster en Filosofía y Humanidades
Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo