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SIN ESPINAS

Los otros culpables

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura2 min
Opinión14-01-2007

Una democracia está podrida cuando son los políticos los que encabezan las pancartas de las manifestaciones. Es el único lugar que no les corresponde, puesto que su misión es la de resolver los problemas de los ciudadanos. El penoso episodio de tener que salir a la calle a manifestar el descontento y la frustración generalizada ante una determinada realidad social es patrimonio de la ciudadanía; que por otro lado, debería utilizar este resorte que le otorga la libertad de expresión para manifestarse contra los políticos por sus incapacidad para resolver un problema. ¿Qué sentido tiene manifestarse contra un terrorista o un asesino? En un estado de Derecho habrá que pedirle a los responsables políticos que se cumpla la ley rigurosamente, que se apliquen los resortes policiales y judiciales más eficaces para que todos los asesinos den con sus huesos en la cárcel y que favorezcan un clima político de unidad para acabar contra el enemigo común. Otra cosa convierte a estos actos en los que hoy son: un instrumento de propaganda política que utilizan los partidos en su propio beneficio. El hecho de que la gente tenga que manifestarse por las calles significa que el sistema de participación ciudadana está viciado, por lo que sería necesario una reforma radical de la ley electoral para que la sociedad tuviera mucho más poder sobre sus representantes: véase un sistema de listas abiertas donde se eligiera a los diputados por zonas o distritos. El problema es esta oligarquía despótica de listas cerradas donde cuatro manos deciden a dedo quien nos tiene que representar. Eso por un lado, pero como digo, cuando encima los políticos son los que organizan y convocan las manifestaciones es para echarse a llorar. No cabe mayor manipulación de la ciudadanía. La única manifestación necesaria es contra aquellos cuya negligencia favorece el triunfo relativo o total del enemigo. Si realmente hubiera dos bandos, demócratas y terroristas, sería fácil acabar con los violentos. Sin embargo, el éxito de ETA es haberse convertido en el arma electoral que genera división en su adversario. Esa es su única fuerza en los últimos años: la que los políticos le están dando.

Fotografía de Javier de la Rosa