ROJO SOBRE GRIS
Loyola viva
Por Amalia Casado2 min
Opinión17-12-2006
Cuando yo era adolescente me preguntaba por qué aquella ministra tan inteligente y que en mi casa tanto gustaba, siempre llevaba una ropa tan fea, por qué nunca se maquillaba, porqué no se ponía ropa bonita y por qué no se vendía mejor. Ahora que leo su blog –wikipendia dice que fue la primera política en tenerlo, lo que dice ya mucho de ella- entiendo que Loyola era una de esas personas tan auténticas, intensas y totales que no necesitaba parecer: Loyola, sencillamente, era. Y era para todos: para los suyos y para los otros, para los de su partido y para los de la oposición. Cualquiera que con ella se ha cruzado en el camino ha reconocido su saber ser fiel a las convicciones, su carácter luchador y valiente y su don para conjugar esa talla política con una incuestionable bondad e integridad humanas. No necesitaba parecer atractiva, no necesitaba parecer inteligente, no necesitaba disfrazarse de mujer para demostrar que lo era porque todo lo que era lo era tan de verdad que le sobraban escaparates, escotes, minifaldas, reportajes de Vogue y peanas. En el ABC -que cada día gana puntos para el retorno de sus suscriptores- Ignacio Camacho le dedica uno de los artículos más bonitos de la semana: “Le gustaba la política real, la que sirve para cambiar las cosas más allá de las intrigas de pasillo y las conspiraciones de salón, y se aplicaba a los proyectos con un denuedo implacable y un entusiasmo sin matices ni fisuras. Quizá por eso no perdía tiempo en maquillarse; era de esas mujeres que confían para iluminarse la cara en la fuerza interior que emana del espíritu y se proyecta en la lealtad abierta de una sonrisa”. A mí ahora, que ya no soy adolescente, me gustaría más ser Loyola que otra más sexy; y si fuera ella, sería como ella: un rojo sobre gris siempre, capaz de descubrir una misión hasta en aquella Europa donde otros van a descansar de las políticas nacionales; capaz de combatir hasta el último punto y coma de una ley; capaz de hacerle frente hasta al por todos temido, hombre o mujer, austríaco o aragonés; capaz de encontrar cada mañana un motivo para levantarse con alegría; capaz de trabajo que cuando caminaba por cualquier ciudad de España podía decir: “esto gracias a no dejar por perdida aquella batalla”. Loyola, tan católica, que hasta en su adiós ha encontrado una oportunidad para dejar una huella de por qué no temía ni a la muerte. Rojo sobre gris a esa mujer que para su capilla ardiente planeó que todos los que la visitaran se tomaran un buen vino a su salud, escogido personalmente por ella antes de morir. A su salud, sí: sabía que, en muchos sentidos, no moriría.
Seguir a @AmaliaCasado
Amalia Casado
Licenciada en CC. Políticas y Periodismo
Máster en Filosofía y Humanidades
Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo