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ROJO SOBRE GRIS

El futuro está colgado en las aulas

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
Opinión25-06-2006

Debe de ser muy difícil defender hoy en España que en la Escuela Pública se mantengan los símbolos religiosos del cristianismo. Se necesitaría para ello que hubiera un conocimiento de la historia propia, que ya no hay y está en peligro de muerte, como lo está la propia España. Tampoco tenemos conciencia de las barbaridades a que exponemos a nuestros jóvenes y a nuestro futuro. El hombre posee una dimensión espiritual innegable que, para ser correctos, es medular en su vida, articuladora del sentido de la misma. Negarle la religión a un niño es hacerle carne de cañón de quienes aprovechan la mala educación religiosa para atraerles a sectas. Esto es muy grave, y seguramente se produzca en España mucho antes de lo que nos podemos imaginar. Se necesitaría menos manipulación hacia lo que es la Iglesia Católica, percibida como un mal para la sociedad que sólo busca poder para mandar, cuando la Iglesia Católica lleva toda su historia defendiendo la vida, a los débiles, a las mujeres y a cada uno de los hombres, por muchas equivocaciones que las personas que componen la Iglesia hayan podido cometer. Sin la Iglesia Católica, en su dimensión de ayuda a los necesitados, España no se sostendría: esta es la verdad que dicen los números. Y, sin la Iglesia Católica, muchas personas vagarían en busca de Dios sin encontrarlo, insatisfechas, infelices, faltas de plenitud. La Iglesia Católica es de los hombres pero es de Jesucristo, y eso es lo que la mantiene verdaderamente y a pesar de los hombres. Fue la Iglesia la que, al morir Cristo y después de resucitar, y siguiendo su ejemplo de amor a todos sin excepción, defendió la dignidad de la mujer desde los comienzos de su historia. El Imperio Romano, que despreciaba y relegaba a la mujer a ser un objeto en la sociedad, como también sucedía con el propio mundo judío, persiguió a los cristianos por defender a la mujer, por defender la vida, a los no nacidos –ya entonces-, o la dignidad y libertad de los esclavos –sobre los que se levantaba la estructura económica del imperio-. Fueron los cristianos los primeros objetores de conciencia, los que primero vivieron lo que después se ha llamado Derechos Humanos. Pero es que ni los derechos humanos ni el mensaje de la igualdad y de la dignidad hubieran existido sin Jesucristo y sin su Iglesia. Parece mentira, pero así es: nadie se había dado cuenta de eso, nadie jamás lo había dicho antes: nadie. Y es que quizás es imposible de decir si no es porque todos somos una misma cosa: hijos de Dios. Tan digno el que sufre postrado en una cama como el asesino en la celda como el presidente de un Gobierno como el aborigen. Nadie puede quitarle a nadie, ni a sí mismo siquiera, su dignidad. No puede destruírsela ni con sus propios actos por indignos que sean, por incoherentes que sean con su propia naturaleza de hombre y de Hijo de Dios. Esta pequeña o gran realidad es ya hoy desconocida por la mayor parte de los jóvenes en España. Es una verdad fundamental, más importante que cualquier artículo de cualquier Constitución o Estatuto. Es una realidad en la que nos jugamos el sentido de la vida y la felicidad de nuestros seres queridos. La igualdad, sí señor, no nos la jugamos en una ley de cuotas que obliga a que haya un número de mujeres en un órgano de dirección. El futuro está colgado en las aulas. Y la verdadera igualdad nos la jugamos en que se pongan o se quiten unos crucifijos en unas clases de Escuela Pública. Rojo sobre gris a la Iglesia Católica, que ha sabido conservar y vivir la doctrina de Jesús, haciendo de Occidente la cuna de los derechos del hombre.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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