ROJO SOBRE GRIS
No hay privilegios, hay responsabilidad
Por Amalia Casado4 min
Opinión23-04-2006
No tiene friegaplatos en casa ni a nadie que la ayude con las tareas domésticas. Siempre friega a mano y, cuando tiene tiempo, arregla la casa con el lema “ensuciar cuanto menos para limpiar lo menos posible”. Quiero decir con ello que sabe lo que es tener que organizarse la vida y trabajar para vivir. No obstante, la primera vez en su vida se ha pegado la gran paliza y cuando realmente se ha enterado de lo que vale un peine, como dice nuestra sabiduría popular, ha sido fregando este fin de semana en el catering para una boda de más de 200 invitados. Quería ganarse un dinerín extra para costearse un viaje. Según me contaba mi amiga, a las 8 de la tarde comenzó el trabajo y acabó a las 2 y media de la madrugada. No paró de fregar bandejas, copas, vasos, platos, salseras y varios. Me contaba que terminó exhausta, con agujetas y sin sensibilidad en las piernas, pero que lo que más la conmocionó fue descubrir que sus compañeros en la cocina llevaban bandera en mástil desde las 10 de la mañana y finalizaron la recogida algo después de las 7 de la mañana del día siguiente. Así se ganan la vida, día tras día, a veces sin descanso cuando llegan las temporadas altas, cargando y descargando cajas, hornos, cuberterías y comida, cocinando, fregando, encargando pedidos, recibiendo mercancías y vuelta a empezar otra vez. Los dos días siguientes de este fin de semana, mi amiga ha colaborado en una actividad que, de entre 150 jóvenes de 17 años con los mejores expedientes académicos de toda España, seleccionará a 50 que durante 21 días en septiembre recorrerán las universidades más emblemáticas de toda Europa con el objetivo de profundizar en la misión de la Universidad y el verdadero sentido de ser universitario. Son, por tanto, un grupo de chicos y chicas privilegiados a los que recibirán los presidentes del Gobierno de los países que visiten, que tienen cualidades naturales para el estudio y que durante muchos años de su vida académica se han esforzado por aprender y estudiar. Son chicos y chicas que dentro de unos años tomarán en sus manos el timón de grandes empresas, que presidirán organismos públicos y privados y que tomarán decisiones que afectarán a las vidas a muchas personas con nombres y apellidos. Mi amiga se preguntaba por qué unos tanto y otros tan poco; por qué unos trabajando y otros estudiando; unos fregando y otros dirigiendo. ¿Por qué? ¿No te parece que son dos mundos que no se pueden llegar a entender, imposibles de poner en relación? Entonces le hablé del estudio que hizo un sociólogo de no recuerdo qué país, según el cuál en el mundo hoy sólo un 1 por ciento de las personas que vivimos en él somos universitarios. Es decir, si el mundo estuviera formado por 100 habitantes, sólo uno estaría yendo o habría ido a la universidad. ¿Quién, de entre esos 100, podrá dedicarse a encontrar soluciones a los problemas de injusticia y deshumanización? ¿Quién estaría preparado para ello? Es más, ¿quién es responsable de cambiarlo? Un profesor que tuve de formación humanística nos propuso una vez, al terminar los exámenes, ir a casa de nuestros vecinos con nuestras notas y presentárselas diciendo: esto es lo que he hecho con su dinero. Y en una ocasión, me hablaron de una joven que, con sus botas en el zapatero para ponerles tapas nuevas, se avergonzó de haber sacado un 1 en un examen al pensar: quizás él merecería, más que yo, el privilegio de estudiar. Pero aquí estoy yo, con mi 1, y él, arreglándome el calzado. Hablamos con desvergüenza de lo mal que está el mundo y de lo fatal que dirigen los países nuestros gobernantes, nos escandalizamos de la corrupción y de quienes aprovechan los privilegios de los cargos para enriquecerse. Pero nos hemos acostumbrado a ver la universidad sólo como un derecho, como un signo de país desarrollado y como un mero tránsito necesario para un día acceder a un puesto de trabajo para ganarnos la vida. Y no es mala en sí misma esta ambición, pero la universidad está llamada a algo más. La formación universitaria es el privilegio de tan sólo un 1 por ciento de la población mundial: utilizar un privilegio para un beneficio personal es corrupción. No hay privilegio que no exija una responsabilidad: la de poner los talentos de que dispongamos al servicio de los demás. Ya lo dijo Cristo: "no he venido a ser servido sino a servir". Y eso quiere decir que el apellido de privilegio es responsabilidad. Rojo sobre gris a quienes conciencian a los jóvenes universitarios en su deber de servicio a la sociedad, y en que deberán dejarse la piel en la misión hasta caer exhausto como quien carga cajas o siembra campos de sol a sol. Se lo debemos.
Seguir a @AmaliaCasado
Amalia Casado
Licenciada en CC. Políticas y Periodismo
Máster en Filosofía y Humanidades
Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo