SIN ESPINAS
La Verdad en el Amor
Por Javier de la Rosa3 min
Opinión08-04-2006
El verdadero miedo a la Iglesia de Cristo para quienes realmente no la conocen ni a ella ni a su fundador es que propugna cosas que en apariencia merman la libertad de las personas. He aquí el origen fundamental de todas las fobias personales y sociales hacia la institución creada por quien se presentó ante los hombres como el mismo Hijo de Dios hecho hombre; al que su coetáneos judíos crucificaron precisamente por esa afirmación “blasfema”. Tanto para el hombre del siglo I como para el posmoderno del siglo XXI, admitir que la verdad no es un producto de su idea subjetiva de la realidad, resulta un escándalo que no está dispuesto a tolerar. Más cuando el pensamiento actual es fruto del asesinato de Dios y la afirmación nietzscheana del superhombre como medida de todas las cosas. Cuando es comúnmente admitido que cada hombre es un pequeño dios ya no queda espacio para nadie más y mucho menos para el verdadero Dios de la Creación. Creer que uno puede ser la medida de todas las cosas, a sabiendas de la propia evidencia empírica de que somos débiles y frágiles en todos los órdenes de nuestra existencia, es la verdadera limitación a nuestra libertad. Puesto que si la Verdad es la que nos hace libres, nuestra exigua vista y nuestra miopía latente sólo puede ser corregida por aquella Mirada que todo lo ve con exactitud; porque todo lo conoce y porque todo ha sido creado por Él. Si como hombres que somos, razonablemente aceptamos que no somos creadores sino criaturas, será más fácil entender que la Verdad que nos hace libres no es un producto de nuestra creación subjetiva sino justamente al revés. Así podremos acercarnos al conocimiento de la realidad con una actitud racionalmente correcta. La Verdad está en la realidad y su conocimiento verdadero sólo podrá ser fruto de la adecuación de nuestro juicio a ella. Hecho este complejo recorrido racional que nos invita a salir de nosotros mismos para encontrar la Verdad que explique nuestra razón de ser, el siguiente paso es considerar que otro y no yo es la Verdad, es decir, Dios. Un gran paso que por fe me lleva a creer en la Resurrección de aquel que se presentó como Dios hecho hombre. Si realmente eso fue así no me queda por menos que considerar que todo lo que hizo Dios encarnado fue bueno, bello y verdadero. Entre ello, crear la comunidad de personas que dieran con su vida y su sangre testimonio de esa Resurrección, de esa esperanza de vida tras la muerte que encabezó quien vino a vencerla a ella y al mal que engendra en la vida del hombre. Esa comunidad es la Iglesia de Cristo, testimoniada por hombres imperfectos que a veces entierran el tesoro con la creación instituciones como la “Santa” Inquisición y otras veces lo hacen relucir con testimonios de vida como los de Juan Pablo II, la madre Teresa de Calcuta u otros ejemplos más escondidos que viven también humildemente a tu lado cada día. Ellos si que son transmisores de la Verdad con la que se han encontrado. Una Verdad que en el Amor decidió encarnarse en Cristo para ofrecernos la verdadera libertad. La buena vida alejada del miedo que nos esclaviza, de la mentira que destruye el encuentro personal y la relación fecunda entre los hombres, del mal que en definitiva sólo es creador de sufrimiento, muerte y destrucción. A partir de este domingo de Ramos con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén comienzan a invertirse los términos; porque en medio del sufrimiento, la muerte y la destrucción, la Verdad hecha Amor en Cristo vence todo ese mal ofreciendo su amorosa Vida y todo Él para todos nosotros. Esta pasión de Amor para nuestra libertad se revive en la Semana Santa que ahora comenzamos.