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ROJO SOBRE GRIS

Indomablemente dóciles

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura2 min
Opinión02-04-2006

Si decimos “animal indomable”, imaginamos un animal fiero y salvaje imposible de domesticar, cerrado a cualquier aprendizaje que encauce ese instinto que no distingue a un hombre de una gacela o a un bebé de un zorro. Si hablamos de “adolescente indomable”, seguramente nos imaginemos a un joven en acusada rebeldía, blindado a cualquier consejo, impermeable a las sugerencias de cualquiera que no sea él mismo, desobediente y contestatario frente a cualquier expresión de madurez y sensatez. Por “pelo indomable” entendemos ese pelo fosco y rebelde, imposible de manejar, al que ni el más hábil peluquero es capaz de peinar armónicamente y que siempre vuelve a descolocarse fastidiosamente. Hay un libro. En él se dice que “sólo se conocen bien aquellas cosas que se domestican”, y que, de alguna manera, cuando domesticamos también somos domesticados porque domesticar significa “crear lazos”. Significa descubrir un “nosotros”. Significa también entregar nuestro corazón y hacernos responsables del otro. Significa también fidelidad. Domesticar nos recuerda a doméstico, a casa, a hogar. Dejarse domesticar es hacerse tratable. La docilidad, que es una virtud, significa eso: dejarse labrar, recibir fácilmente una enseñanza, dejar que también otros contribuyan a esculpir en uno la obra de arte más importante que es nuestra propia vida. El Papa Benedicto XVI ha recordado a su predecesor, Juan Pablo II, en el aniversario de su muerte. De entre los muchos detalles que de él ha destacado, uno ha llamado mi atención: “murió como había vivido, animado por la indomable valentía de la fe, abandonándose en Dios y encomendándose a María santísima”. Indomable valentía de la fe. El Papa nos recuerda que, con la gracia de Dios, no cabe la docilidad al miedo; no caben la docilidad a la tibieza ni a la mediocridad. Muchos hombres, hechos de la misma pasta que nosotros, han testimoniado que es posible, que estamos llamados a ser domesticados por el bien, e indomables al mal. Juan Pablo II fue un ejemplo. Con su Pasión, a punto de celebrarse, Cristo ha creado lazos con cada uno de nosotros y nos ha mostrado que para Dios cada uno somos único en el mundo. Nos invita a ser dóciles a ese amor, a que nuestro corazón tenga un dueño, un Padre que lo domestica y nos da la fuerza indomable para vencer todo aquello que nos aleja de la felicidad que tiene preparada para nosotros. Rojo sobre gris a los indomablemente dóciles al bien.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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