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SIN CONCESIONES

Recuerdos del 11-M

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión12-03-2006

Todavía recuerdo aquella mañana de resaca en Barcelona. Madrugamos a las seis para coger un vuelo destino a San Sebastián. Los periodistas que cubrimos la campaña de Mariano Rajoy teníamos una cita pendiente con la ciudad donostiarra porque el viento y la nieve habían obligado una semana antes a suspender el mitin. Camino del aeropuerto del Prat, nos llegó el aviso de atentado en Madrid. El viaje a San Sebastián quedó anulado definitivamente y emprendimos regreso a la capital. Todos sabíamos que la campaña electoral había terminado. Aún recuerdo la cara amargada de Rajoy en su comparecencia a última hora de la mañana. Recuerdo la tarde silenciosa en la redacción tras el ajetreo, las prisas y la histeria de la mañana. Todavía recuerdo la noche de desconcierto y la ansiedad que me llevó a la cama sin cenar. Todavía recuerdo cuando, al día siguiente, comenzó a sugerirse que el atentado era un castigo islamista por el apoyo de Aznar a la intervención en Iraq. Sin embargo, el mismo periódico que lanzaba tales insidias alerta ahora de que España sigue siendo objetivo de terroristas árabes. Zapatero retiró las tropas del Golfo Pérsico e ideó una Alianza de Civilizaciones para ganar amigos en el mundo musulmán. En cambio, la amenaza persiste. Luego el 11-M no fue por Iraq. El terrorismo es igual en toda partes, provenga de donde venga. Ni entiende de motivos ni atiende a razones. Simplemente mata para imponer la dictadura del miedo. Una sociedad atemorizada es una sociedad frágil, con principios débiles, desconfiada de sí misma y vulnerable a la más mínima presión. Por eso ningún gobierno debería negociar con terroristas. Dialogar con quien asesina es dar sentido a sus crímenes. Es faltar al respeto a las víctimas. Es dejar de lado la ley. Es el primer paso para ceder a sus reivindicaciones. Pero, sobre todo, dialogar con terroristas es incitar a otros violentos a alcanzar sus fines con el uso de la fuerza. Han pasado dos años desde el 11-M pero todavía recuerdo aquellos cuatro días de infamia y de mentiras interesadas por todos los lados. Recuerdo aquel eterno viaje en avión de regreso a Madrid en el que los segundos no pasaban y el recuento de víctimas se multiplicaba constantemente. Recuerdo mis rezos y oraciones mientras miraba por la ventanilla. Nuestras miradas se cruzaban perdidas sin saber a dónde mirar. De vez en cuando, el piloto salía de la cabina para contarnos la última noticia. Ironías de la vida, la tripulación era quien informaba al medio centenar de periodistas que llevaba a bordo. También recuerdo la angustia al saber que una de mis alumnas estaba entre los heridos. Recuerdo que Madrid estaba callada. Todo era silencio. Recuerdo los crespones negros en los balcones y la riada humana que al día siguiente salió a manifestarse. Son recuerdos que jamás se olvidan. Es posible -aunque difícil- perdonar a un asesino. Pero jamás debe olvidarse a las víctimas. El recuerdo es sinónimo de cariño, de estima y de respeto. El 11-M estará siempre en nuestra memoria. Algunos pensaremos en Barcelona. Pero lo importante es que, tras los malos recuerdos, permanece intacto el amor a quienes ya no están.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito