ANÁLISIS DE SOCIEDAD
Del amor y esas cosas
Por Almudena Hernández
2 min
Sociedad29-01-2006
Quien amó lo sabe. Y no hace falta ser alto ni bajo, guapo o feo, gordo o flaco. Del amor sabemos todos, casados y solteros, grandes y pequeños, jóvenes y viejos, curas y ateos. Nos toca a todos, no lo podemos evitar. Es la plaga de la historia, desde que el hombre es hombre. Es más, hay quien lo define como la peor de las enfermedades-. Quizás sea porque duele, y porque no podemos evitar amar más cuando lo perdemos o en aquellas ocasiones en las que corre peligro. Con el amor ocurre como con muchas cosas, pero no es igual. El hombre puede morir de sed; si muere de amor, no existe. El hombre puede morir de frío; si muere de egoísmo, su cadáver es propio hielo. También el hombre puede morir de calor; pero si no ha sentido latir el temple del bien en su pecho, se le secará el corazón. Quien lo probó lo sabe. Cada cual lo experimenta a su modo. Por eso no es nuestro amor más pequeño, ni más débil, ni más cutre que el de aquel otro, sino que para cada uno el amor es el cristal de una ventana con vistas a una perspectiva mayor. Por eso del amor podemos hablar todos; aunque no todos hablamos del mismo, confundidos quizás por la locura del excéntrico cupido del egoísmo. La vida es cuestión de prioridades, dicen. ¿Con qué te quedas? ¿Estudias o trabajas? ¿Entras o sales? Para el amor no hay opción. Todos amamos un poco. Hasta el egoísmo es amar menos a los demás para amarse a sí mismo. Habrá que pensar qué preferencia damos al amor y si éste lo tenemos correctamente definido en nuestro día a día. De momento, el papa Pepe ha escrito unas pequeñas instrucciones. A quien saber de curas les provoque un sarpullido, un consejo: olvídense de que el autor de la primera encíclica de Benedicto XVI la ha escrito un sacerdote. Piensen, simplemente, que la escribió un hombre y que, como tal, sabe de amor y distingue entre sus tipos.
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Almudena Hernández
Doctora en Periodismo
Diez años en información social
Las personas, por encima de todo