SIN CONCESIONES
El mundo que soñé
Por Pablo A. Iglesias3 min
Opinión30-07-2005
Los niños tienen la virtud de la inocencia y la espontaneidad. Son mucho más listos y perspicaces de lo que pensamos los adultos. Mi sobrino Álvaro me lo demuestra constantemente. Hace unos días, sin ir más lejos, largó una frase en medio de una cena familiar que me dejó atónito. “¿Sabes, Pablo? Los malos han quemado un autobús en Londres”, me dijo. Con menos de tres años, transmitía con gesto apesadumbrado y voz quebrada su particular preocupación por la crueldad de los terroristas. Sin ser consciente del verdadero daño humano del 7-J, para él constituye toda una maldad que una persona destruya uno de los emblemáticos vehículos de Londres. Álvaro, enamorado precoz de cualquier motorizado con ruedas, emanaba dolor por los ojos con su particular masacre de Londres. Y eso, cuando apenas comienza a hablar con fluidez, me llevó a reflexionar. Mi sobrino de dorada cabellera empieza a vislumbrar en su minúscula infancia que el mundo no es tan sencillo, tan justo, tan sincero, tan ilusionante y tan feliz como quisiéramos. Con frecuencia, echamos la culpa a la sociedad, a los ricos, a los políticos y a los medios de comunicación. Rara vez cerramos los ojos para buscar la fuente de nuestros problemas en nuestro interior. La respuesta a todos ellos casi siempre está en nuestro corazón. Las disyuntivas más trascendentes que he afrontado a lo largo de mi vida siempre han encontrado solución siguiendo el consejo de quienes me susurraban Listen to your heart. “Cada vez que dudes y que no sabes, prueba a escucharle. Tú corazón sí que sabe”, canta Laura Pausini. Si los seres humanos escuchásemos más a menudo nuestro órgano vital, seríamos mucho más humanos. Es curioso ¡y triste! que el animal inteligente y civilizado que es el hombre llegue a ser en ocasiones (como Nueva York, Madrid o Londres) más salvaje que cualquier otro. ¿Qué clase de mundo queremos dejar a nuestros hijos, nietos y sobrinos? ¿Qué herencia transmite a sus descendientes quien asesina indiscriminadamente y quien sólo anhela destruir al semejante? He buscado respuestas a los grandes males de la Humanidad y he de confesar que no estaban dentro del corazón del hombre. Ese es el problema. Si amásemos más a los que nos rodean no soñaríamos con utopías. No haría falta ir al cielo, como dice el bolero, porque la Gloria viviría a nuestro lado. Buscando soluciones a este "mundo que de cabeza va hacia un mar profundo de mentiras e hipocresías" recordé otra canción de mi musa italiana. No podía ser más adecuada para estas líneas: El mundo que soñé. Buceando entre los versos me di cuenta de lo que ya sabía y no me atrevía a reconocer abiertamente. No hay motivo para guerras o disputas "porque el corazón lo puso el mismo: “tu Dios y el mío”. Entonces, me vino a la memoria otra frase: “No tengáis miedo a los que quieren matar el cuerpo pero no pueden matar el alma” (San Mateo 10, 24-33). Así, en distinta forma pero bajo el mismo fondo, hallé respuesta a todas las preguntas y solución a todos los problemas. Ojalá mi sobrino Álvaro llegue algún día a comprenderlo. Quienes cierran los ojos a la fe posiblemente nunca lleguen a entender estas palabras, pero compartirán el mismo deseo. Que, entre todos, regalemos una cosa al mundo: un mundo de amor y paz.
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito