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EL REDCUADRO

Tirant lo Blaugrana

Fotografía

Por Antonio BurgosTiempo de lectura3 min
Opinión21-11-2004

Fue precioso. Una maravilla de rigor científico. Con su cara de pasa de uva de Almería, María Teresa Fernández de la Vega salió a eso a lo que ahora todo el mundo sale, a la palestra, y proclamó solemnemente: - Perdonen, es que no nos habíamos dado cuenta. Pero tengo que decirles que el valenciano es ¡igualito, igualito, igualito que el catalán! Vamos, que no puede haber dos cosas más iguales. ¡Idénticos! Dos gotas de agua son la noche y el día al lado de lo que se parecen el valenciano y el catalán. ¿Qué digo parecerse? ¡Como que son lo mismo! No habré, pues, de ser menos que la vicepresidenta. A cesión ante el chantaje de los republicanos separatistas o a camisas de once varas de medir la lingüística con el oportunismo político no hay quien me gane. Yo ya sabía que eso del valenciano es un mote que le tienen puesto al catalán al sur de Tortosa. Yo ya sabía que Carod y la comunidad científico-lingüística estabulada en los pesebres de la Generalidad tenían toda la razón. Si visitan mi modesta biblioteca y miran el anaquel de literatura en otras lenguas peninsulares, junto al galaico «Catecismo do Labrego» hallarán un libro cuyo lomo retitulé hace mucho tiempo, etiquetándolo con un adhesivo. Se trata del famoso «Tirant lo Blaugrana», obra cumbre de la literatura universal, que cuatro catetos conocen equivocada e interesadamente como «Tirant lo Blanc», por el color de la camiseta del Valencia, claro. Cuando en la Universidad de Princeton descubrieron ya que ese Tirant lo Blaugrana es más catalán que la cruz de San Jorge que acaba de rechazar Albert Boadella. Estoy muy agradecido a este Gobierno que sabe tanto de lingüística y que mandó a los albañiles a Ferdinand de Saussure. Su proclamación sobre la lengua valenciana ha confirmado todas mis sospechas. Yo ya sabía que no hay nada más catalán que las Fallas. Las famosas Fallas de Barcelona. Catalanas por los cuatro costados por los que arden en la noche de San José. Como es completamente catalán el Tribunal de las Aguas, que se reúne, como es sabido, en el atrio de la Catedral de Gerona y habla un catalán, vamos, que ni Pompeu Fabra con negra blusa huertana. Menos mal que este Gobierno hace también justicia a la paella, a la famosa paella catalana, que cuatro chuflas de horchata de chufa habían hecho creer al mundo que era valenciana. Y hecho este descubrimiento lingüístico universal, pienso que el Gobierno no debe pararse en barras, en barras del Reino de Aragón usurpadas por la bandera catalana, ni quedarse entre el Ebro y el Turia. El mundo entero está pendiente de sus hallazgos. El problema energético mundial podrá solucionarse el día que Fernández de la Vega anuncie que el gasoil y la gasolina son una y la misma cosa. Nuestras relaciones con los Estados Unidos quedarán plenamente normalizadas cuando proclame que la Coca Cola y la Pepsi Cola son como el valenciano y el catalán: ¡igualitas, igualitas, igualitas! El comodísimo igualitarismo debe llegar a todos los ámbitos de la cultura, de la economía, de la sociedad. Picasso y Dalí son lo mismo, como son lo mismo Murillo y Velázquez, BBVA y SCH, Roma y Cartago, Julio Iglesias y Alejandro Sanz, Lutero y Torquemada, Joselito y Belmonte, Sony y Grundig, Cánovas y Sagasta, Zara y Loewe, Sevilla y Betis, Fanta Limón y Fanta Naranja, Vega Sicilia y Don Simón, Chinchón y Cazalla, turista y preferente, gambas y langostinos, Enrique Ponce y El Bombero Torero. Y, si se pone, hasta podrá este Gobierno cambiar el lema que Rodríguez Ibarra ha escrito en las vallas publicitarias de su Junta extremeña: «No seas cateto. Ven a la tierra donde resulta que los valencianos hablaban catalán, y ellos sin saberlo».

Fotografía de Antonio Burgos

Antonio Burgos

Columnista del diario ABC

Andaluz, sevillano y del Betis

** Este artículo está publicado en el periódico ABC y posteriormente recogido de AntonioBurgos.com por gentileza del autor