APUNTES DE BANQUILLO
No los llamen ilusos
Por Roberto J. Madrigal2 min
Deportes04-01-2004
La ilusión es, junto con el afán de aventura, uno de los mayores reclamos para enganchar a los participantes en el París-Dakar. Una vez asentada la competición con el desembarco de la tecnología en los coches, con el desembolso de los patrocinadores, ya han quedado lejos aquellos tiempos de dos décadas atrás. Sin embargo, los pilotos que participan por primera vez mantienen las ganas de llegar al desierto, si es posible hasta Dakar, y ante todo, aprender y disfrutar la experiencia. Salvando muchas distancias, es curioso observar las similitudes, ahora que empieza el Año Xacobeo, con quienes hacen el Camino de Santiago. El Dakar, incluso, es para muchos una suerte de peregrinación: gente que aspira a demostrarse a sí mismos que son capaces de afrontar –y superar– las múltiples adversidades que acechan en el desierto: caídas, averías, desorientarse… Otros, en cambio, hacen de su experiencia una fiesta: desde agradecer la hospitalidad de los pueblos y aldeas de Marruecos, Mauritania, Mali, Burkina Faso y Senegal por las que pasa el rally, hasta quienes van más lejos y se mojan en las costumbres, ritmos y músicas de los pueblos africanos. La gran familia del Dakar comparte, además, una sensibilidad solidaria, para hacer la vida un poco mejor –siquiera unos pocos días al año– a los habitantes del gran desierto sahariano: un pequeño gesto, pero con un significado que se sabe apreciar y unos materiales que, a buen seguro, sabrán hacer durar los que se acostumbran a vivir con muy poco. Pero el rally no deja de ser una carrera, y la victoria es un aliciente más para los elegidos de los equipos oficiales, entre los que a su vez, se levanta un muro que sólo han logrado derribar quienes han ganado alguna vez en el Lago Rosa: corsarios como Stéphane Peterhansel, que aspira a triunfar también en coches tras haberlo conseguido todo en motos –sólo tiene un precedente, Hubert Auriol, al que se considera un mito de la prueba–. El papel de Nani Roma, que sólo ha conseguido llegar a Dakar en una ocasión, tras ocho participaciones, está claro: domar al desierto, con la ayuda de dos excelentes compañeros, Isidre Esteve y Marc Coma, y saldar las cuentas pendientes que dejaron pilotos como Jordi Arcarons. En coches, desde un segundo plano, se mantiene el veterano Josep María Servià, a la espera de un fallo de los Mitsubishi y Nissan, los verdaderos devoradores del desierto. Habrá que ver si el maleficio se logra romper.