SIN CONCESIONES
Una llamada de alerta
Por Pablo A. Iglesias2 min
Opinión18-11-2002
El mundo está muriendo poco a poco. Su fallecimiento, como diría Gabriel García Márquez, es la crónica de un asesinato anunciado. La inhumanidad de la Humanidad está acabando poco a poco con el planeta. Ya lo advirtió Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre. Las armas de este crimen simultáneo son la irresponsabilidad, la injusticia, la incultura, la intolerancia y tantos otros in- que niegan la esencia de la raza humana. Las guerras, los desastres naturales, el capitalismo y la pobreza son sólo instrumentos circunstanciales. El hombre es el culpable. La persona siempre es lo primero. Pero algunos lo olvidan con demasiada frecuencia. Basta acumular unos millones de votos para creer que no hay otro ser vivo en el universo más que uno mismo. Cosas de gobernantes... Alcanzan el poder y, de inmediato, quedan triplemente cegados por un pecado capital: la vanidad, la vanidad, la vanidad. Otras veces, la soberbia les empuja a prestar más atención a la satisfacción del George W. Bush de turno que a la sonrisa de un niño. Tanto trabajo altera la escala de valores y acaba por dar prioridad al resfriado de la economía alemana frente al hambre que padecen los argentinos. Los más pequeños mueren allí a falta de pan y leche. Con ellos, muere también el futuro. El tiempo pasa rápidamente pero el mundo avanza despacio, cada vez más. La lección de la madre naturaleza carece de significado para el hombre. Como un hijo rebelde, desoye los consejos de los padres y camina inexorablemente hacia la exterminación de su propia raza. El asesinato de la Tierra es un crimen contra el hombre y su ecosistema. Es una locura que cometen quienes creen que usar la razón es imponer su opinión a los demás. Y, claro, así va al planeta, así acaban los mares inundados de petróleo, así contaminamos el cosmos, intoxicamos los sentimientos... A la vez que muere el mundo, muere el hombre y mueren las esperanzas de las nuevas generaciones. Es la llamada de alerta. Por suerte, los sueños nunca mueren si existe ilusión. Si, además, hay trabajo y constancia, puede resucitarse el mundo y alcanzar la utopía de ser feliz.