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SIN CONCESIONES

Ser Ana Botella

Fotografía
Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura2 min
Opinión11-11-2002

No me gustaría ser la esposa del presidente del Gobierno. Debe de ser una labor complicada. Los inhóspitos pasillos del Palacio de La Moncloa y el silencio de tantas habitaciones empujan a la locura. Sentir de cerca los tentáculos del poder invitan a salir corriendo para no caer en la suciedad que envuelve a quienes viven entre altos vuelos. Aunque, a veces, es demasiado tarde para escapar. Cuando Ana Botella llegó a La Moncloa pensó que era por poco tiempo. Educó a sus hijos en la idea de que la estancia en la residencia de los presidentes del Gobierno era algo pasajero. Ellos aprendieron rápido la lección. Junto a Ana, ya sólo queda Alonso, el más pequeño. José Mari trabaja en Nueva York. Anita tuvo una boda feliz. Ana Botella ha dejado de ser madre antes de lo que ella esperaba y, probablemente aburrida, imagina un nuevo futuro. Podría disfrutar junto a Aznar de la pensión vitalicia que tendrá cuando deje el Ejecutivo y recuperar la vida familiar que han perdido en los últimos años. Si algún día les ocurre lo que a Adolfo Suárez, será tarde para arrepentirse. Si Ana Botella inicia una carrera política, entrará en contradicción consigo misma. Ser concejala, diputada o senadora significaría una coherencia con su entrega social a los demás pero, al mismo tiempo, mantendría una incoherencia con la doctrina que ha impartido públicamente. Sería una demostración más de que las ansias de poder siempre vencen en política a la humildad y la sencillez. La falsa democracia tienta a toda clase de políticos de mil formas y maneras. El diablo, está vez, aparece disfrazado de candidato. Alimenta la vanidad con el sueño de ser la primera alcaldesa de Madrid, no en la próxima legislatura, quizá en las elecciones de 2007.