MONTECARLO
Bienvenido, Rafa
Por M. Elena Martínez Quesada
2 min
Deportes18-04-2016
Volver después de una larga temporada en el back stage sube hasta la bilirrubina. Un estado de éxtasis total que Rafa Nadal cataloga de confianza y el resto, de la más pura emoción. El español, por fin, está de vuelta. Reaparece en Montecarlo para igualar a Novak Djokovic en 28 Masters 1.000. Con la euforia propia del momento, alzó su noveno título en el Principado tras derrotar por 7-5, 5-7 y 6-0 a Gael Monfils. De rodillas y con las manos abiertas, gritó al cielo su vuelta. Todos lo escuchamos.
Después de 259 días sin atesorar un título y 707 sin morder un Masters 1.000, Rafa Nadal vuelve a lucir su mejor sonrisa. “Montecarlo es especial tras una dura racha” asegura el manacorí. Un punto de inflexión para un tenista que aún tiene muchas tierras que batir y muchos records que superar. Ahora sí ,comienza su año. Lo hace con un torneo monegasco que prácticamente lleva inscrito su nombre. Éste es su noveno. Un noveno muy especial que consiguió alzar tras 2 horas 46 minutos de duelo particular. El partido se disputó entre él, él mismo y sus miedos, y Monfils. Finalmente, el Nadal que conocemos venció. Y lo hizo como sólo él sabe, con un drive paralelo envenenado que acabó por completo con su adversario. Liberación total.
Por una vez en mucho tiempo, la suerte jugó del lado de Nadal en Montecarlo. Allí fue donde ganó su primer Masters 1.000 en 2005, con tan sólo 18 años. Allí fue donde empezó todo. Y allí es donde, ahora, también vuelve a empezar. Nadal realizó un torneo espléndido, liquidando como antaño a Murray y Wawrinka, número dos y cuatro del mundo, y en la final no decepcionó. Aunque a primera vista parecía fácil y una derrota hubiera sentenciado casi su agonía, no fue un partido nada fácil. El número 16 del mundo le propuso un partido serio y disputado. Justo cuando Nadal quería ponerse por delante, Monfils lo anulaba con ventaja. Así, el español necesitó cinco bolas de set para cerrar. Sin duda, una hora y cuarto de suplicio. Era hora de cambiar.
Pero nadie dijo que la gloria se consiguiera tan fácil. Al final, Nadal cambió el partido pero le tocó sufrir mientras. El segundo set fue mortal. Durísimo, de máxima concentración y explosión física. Una hora en la que el galo daba a probar a Nadal de su propia medicina, y en la que el español se dedicó a remar. Casi a contracorriente porque el set quedó 5-7 para Monfils, y todo se disputaría en el tercero. Pero ahí es donde realmente reapareció Nadal. Recuperó su autoestima, su agresividad y su tenis. Su mente le acompañó e intimidaron en exceso a un rival que encadenó seis juegos a nada. Era la suerte de Montecarlo. O quizás la compañía de su abuelo Rafael, fallecido en Septiembre, y a quien Rafa dedicó la victoria. Sea por lo que sea, bienvenido.