Los últimos coletazos de la generación Arzalluz-González
Por Amalia Casado2 min
España25-05-2001
En la encrucijada de caminos en que se encuentra el País Vasco, dos zoon politikon indudables proporcionan claves para entender el pasado y futuro de Euskadi: Xavier Arzalluz, que anuncia su pronta retirada; Felipe González, que incrementa sus apariciones en los medios haciendo constante referencia a la necesaria unidad de los demócratas contra el terrorismo.
La política vasca de la década de los ochenta tuvo una característica que la vieja guardia del PNV y del PSE añoran hoy: la colaboración entre ambos en el escenario vasco. Artífices de estas fluidas relaciones fueron dos dinosaurios de la política en España: Xavier Arzalluz y Felipe González. Que uno anuncie su próxima retirada y el otro incremente la frecuencia de sus declaraciones llamando a la unidad de los demócratas pueden significar un empujón para la efectiva consecución de esta unidad. El problema del terrorismo lo intentaron abordar por la vía de la negociación con ETA durante las conversaciones de Argel en los años que fueron de 1987 a 1989. Estas conversaciones se prolongaron aún hasta los últimos coletazos de los gobiernos socialistas. Las buenas relaciones de Arzalluz con González han dejado un poso y una herencia que sólo se ha roto durante la última legislatura del PNV en el País Vasco, haciéndose manifiesta durante la campaña electoral del pasado mes de mayo. La tradición de la mano tendida del Partido Socialista de Esukadi (PSE) al Partido Nacionalista Vasco (PNV) pervive hoy, pero las nuevas generaciones de políticos parecen querer gestionarla de forma diferente. El escenario político vasco ha cambiado sustancialmente desde los años ochenta, los años del colaboracionismo entre PNV y PSE. El nacionalismo vasco ha plantado sobre la mesa sus ambiciones soberanistas y frente a éstas, se ha radicalizado la postura de quienes defienden la Constitución y el Estatuto de Gernika como marcos jurídicos incontestables. El Partido Popular ha sido la fuerza política que con más rotundidad ha defendido esta última postura. Esta radicalización no supondría ninguna dificultad añadida a las ya clásicas de la actividad política si no fuera porque, en medio de todo, embiste sin tregua el terrorismo. La radicalización ha repercutido con efectos perniciosos en las relaciones de los dirigentes y en las oportunidades de solución a la violencia de ETA. Que durante la campaña electoral y aún después Felipe González haya lanzado continuos llamamientos a la unidad de los demócratas; que haya hecho guiños a sus "amigos" nacionalistas; que Arzalluz haya anunciado, precisamente ahora, que está próxima su retirada de la política... quizás puedan constituir claros mensajes para las generaciones que les relevan. Si Arzalluz se aparta son más las posibilidades de que avancen los sectores moderados del PNV. Y los nuevos líderes del PSOE, prometidos con el PP en la defensa de la Constitución y del Estatuto, tendrían más argumentos para atraer a los populares hacia esa política de mano tendida al futuro lehendakari.