EGIPTO
Egipto, el gobierno de la transición frustrada
Por Selene Pisabarro
3 min
Internacional05-07-2013
El ya expresidente egipcio, Mohamed Mursi, ha finalizado una etapa para el país, que ha visto la democracia como un intento frustrado. La primavera árabe ha terminado y con ella las expectativas que tenían los ciudadanos de alcanzar derechos y libertades civiles. El Ejército ha vuelto a tomar partido después de las protestas que pedían la dimisión de Mursi, el primer gobernador civil de Egipto en 50 años. El presidente del Tribunal Constitucional ha pasado a serlo también del Ejecutivo.
Hace dos años, en enero de 2011, estalló una revuelta popular gestada en las redes sociales a la que se bautizó como “primavera árabe”. El foco comenzó en Túnez, pero se extendió rápidamente a Egipto, Libia, Yemen y Siria, donde los ciudadanos protestaron contra los regímenes dictatoriales que habían surgido de anteriores golpes de Estado. Las principales plazas de las ciudades estaban abarrotadas de personas que clamaban a favor de la justicia y de establecer la democracia en países donde apenas existían derechos civiles. El pasado mes de junio, surgieron de la nada dos movimientos, “Tamarrod” y “30 de junio” para protestar contra el paro, la falta de turismo y la amplia brecha que separa la riqueza de la pobreza pero, sobre todo, para pedir la dimisión del presidente Mohamed Mursi. Durante la tarde de este miércoles, en Egipto se frustró la esperanza de una democracia para todos, por lo que la primavera árabe se apagó. El lunes, el Ejército egipcio dio un ultimátum de 48 horas para que el gobierno cumpliese con lo prometido pero, tras la negativa, tomó las riendas del país para deponer al ya expresidente Mursi, lo que muchos califican como un nuevo golpe militar. Ante el gran despliegue de tanques en El Cairo, Mursi ha pedido a sus seguidores que no empleen la violencia pero que sí intenten reprimir lo que está sucediendo. Además, ya no cuenta con el apoyo del resto de los países con los que mantiene buenas relaciones, Europa y Estados Unidos se han limitado a pedir que se dialogue y el resto de los países árabes han felicitado al presidente provisional y también del Tribunal Constitucional, Adli Mansur, que ha jurado el cargo y ha suprimido la carta magna. Hacía más de medio siglo que Egipto no estaba gobernado por un presidente civil ya que los anteriores fueron militares: Nasser, Sadat y Mubarak. Precisamente, con el golpe de Estado de Gamal Abdel Nasser, nació la actual república en 1952, que puso fin al reinado de Faruk. Tras la muerte de Nasser, Anwar el Sadat le sucedió y acercó posturas con Estados Unidos, que consiguió que tanto Egipto como Israel firmaran los acuerdos de paz de Camp David. Gracias a este gesto, el Ejército egipcio recibe la ayuda de 1.300 millones de dólares al año procedentes de EE.UU. Las fuerzas armadas de Egipto son las más numerosas de África y se calcula que en 2008 estaban formadas por 460.000 efectivos con un presupuesto que oscilaba en alrededor de 2.264 millones de euros. Tienen bajo control los sectores clave de la economía y sus empresas abarcan alrededor del 30% del PIB. Han combatido en numerosos conflictos bélicos como en las guerras del canal de Suez, de los Seis Días, del Yom Kipur o contra Israel. Constituyeron uno de los puntos clave de la primavera árabe en febrero de 2011 para destronar a Hosni Mubarak y comenzar la transición a la democracia con Mursi. El resultado fue sangriento ya que más de 800 personas murieron pero también supuso el principio de la negociación para que Mubarak abandonase el poder el 11 de febrero. Sin embargo, no todo fue tan fácil. Durante los meses siguientes, las protestas se sucedieron en la emblemática plaza Tahrir, centro de todas las concentraciones en el Cairo, debido al amplio poder que la nueva constitución cedía a la Junta Militar. En mayo de 2012, se celebraron las elecciones que dieron la victoria al líder de los Hermanos Musulmanes, una organización política islamista. En diciembre, Mursi aprobó un decreto que le situaba por encima de la ley, lo que provocó la indignación de los ciudadanos, que se echaron a las calles y, otra vez, el Ejército tuvo que regresar a la escena para apaciguar los ánimos.