CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Estar presente
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión26-05-2002
Se habla mucho de las relaciones virtuales como si no fueran reales, sólo por el hecho de estar mediadas por la tecnología y la informática. Como si los idiomas no fueran el mayor software ni nuestro rostro la más completa interface. El teléfono es una extensión tecnológica de nosotros, igual que el correo electrónico y el chat. Y mientras unos lamentan la pérdida de identidad individual y concreta a la que esto nos lleva, yo escucho por teléfono la voz de mi novia, a quien apenas veo por culpa de un trabajo demasiado presencial. El correo-e me deja tender lazos con quien anda muy lejos o muy ocupado sin necesidad de coincidir en el tiempo ni en el espacio, cosa ésta última demasiado complicada en la gran ciudad. Los horarios de trabajo y el crecimiento de las ciudades sí son inhumanos, y no el correo-e, el teléfono, la videoconferencia o el chat. A los jefes que quieren tener a sus empleados fichando su hora de sentada y de levantada de una silla habría que enseñarles a redefinir la idea de “presencia”. “Estar físicamente” en una reunión no significa “estar realmente” en ella, y baste una imaginación distraída, una resaca turbadora, o un estar dormido -o durmiendo- para que esa tan exigida “presencia física” sea, en pleno sentido, una delatadora “ausencia”. Por el contrario, podemos hacernos “realmente presentes” en multitud de lugares sin necesidad de llevar hasta allí nuestro cuerpo, sea mediante una holografía tridimensional en vivo y en directo o mediante la tinta negra seca sobre celulosa enviada por correo tradicional. “¡No es lo mismo!” dirá alguno, con razón. Pero qué es mejor es quizá cuestión baladí u ociosa que no me atrevo a discutir. No tengo claro si prefiero una conversación de tren en un trayecto de cuatro horas con don Miguel de Unamuno -y su peculiar carácter- o la lectura reposada de San Manuel Bueno, mártir a la luz de su Diario íntimo. Y tampoco me atrevería a afirmar en cuál de ambas situaciones él estaría, para mí, más “realmente presente”. Quizá sea el momento llamar al que acusa a los defensores de la tecnología de “deshumanizadores” y acusarle, con todo rigor, de “deshumanizador por utramaterialista”.