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SIN CONCESIONES

El capitán Schettino

Fotografía
Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión23-01-2012

Se llama Francesco Schettino pero pocos le conocen así. Es el capitán del crucero Costa Concordia. El marinero que se fue a cenar cuando supo que el buque había sufrido un accidente. El hombre que, al parecer, ponía más atención en el puente de mando a una mujer moldava que al timón. El comandante que huyó a toda prisa al notar que la nave empezaba a hundirse. Su comportamiento le define por sí mismo y justifica un viejo dicho común: "Las ratas siempre son las primeras en abandonar el barco". Tal cual. La tragedia del crucero saca a relucir las miserias del ser humano: cobardía, irresponsabilidad, cobardía, despotismo, insolidaridad, egoismo, miedo... En los momentos de crisis es cuando aflora la verdadera condición del corazón de cada hombre. El capitán Schettino enseñó lo que realmente era y pocos podían ver. Ocultaba sus vicios y defectos bajo el uniforme oficial. El poder cubría sus deslices diarios y los ocultaba bajo el manto de admiración que despierta cualquier cargo. Pero la verdad salió a relucir cuando el destino le enfrentó a la prueba más complicada. Podía haber errado en las decisiones. Podía haber tardado en actuar. Podía incluso haber empeorado el panorama. Pero huyó, simplemente huyó. Se salvó a sí mismo y, sólo después, pensó en los demás. Para colmo, mintió una y otra vez. Mintió a los pasajeros, mintió a la tripulación, mintió a la Guardia Costera cuando ya estaba en tierra, mintió a las autoridades que le tomaron declaración y mintió a la opinión pública con su falsa versión de los hechos. De cobardía en mentira y de mentira en humillación, acabó en el más absoluto de los ridículos para su propia desgracia y vergüenza de su familia. La verdad en esta tragedia es que las adversidades son una prueba humana. Son un reto en el que demostrar nuestra valía. Son la valla que el corredor de obstáculos debe superar para ganar la carrera. Son la tentación en la que ética y moral nos miran fijamente a la cara. Son una tormenta en la que nuestros principios deben permanecer rectos e inquebrantables. Son el examen donde nos jugamos el aprobado o el suspenso como personas. Puede ser el accidente de un crucero, una grave enfermedad, un fracaso laboral, una relación que se rompe, un insulto que nos duele, una traición inesperada... Todas son pruebas, adversidades que nos obligan a escoger entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal. El capitán Schettino huyó como un cobarde. Renunció a su responsabilidad y abandonó a sus huéspedes. Demostró que, por muchos galones que adornasen la hombrera, tendría autoridad pero ningún liderazgo. Su caso es el de cada uno de nosotros cada vez que fallamos a nuestra obligación y a quienes nos rodean. Las personas se forjan en cada decisión que tomamos cada día, en cada paso que damos en la vida. En cada pequeño reto, construimos nuestro espíritu para los momentos futuros de verdadera adversidad. En esas grandes crisis, es cuando surgen las grandes personas. Los miserables quedan desnudos al mínimo obstáculo.