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Periodistas

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión02-11-2009

Le pregunté a un compañero qué le hacía pensar que el Periodismo es una carrera menor y me dijo que lo es por “el objeto de estudio”. Para él, la dignidad de unos estudios viene dada por su objeto, y no le falta razón. Pero la Universidad no enseña ya “objetos de estudio”, sino “profesiones”, lo que exige no sólo dominar disciplinas teóricas sino prácticas y con una clara vocación pública. La vocación pública, es, además, uno de los rasgos distintivos de la universidad frente a otras instituciones de enseñanza superior más antiguas, como la Academia o el Liceo griegos, donde el saber se estudiaba sólo por el saber, y punto. ¿Qué determina la dignidad de una profesión? Si es el servicio público que garantiza, entonces el Periodismo debería figurar entre las notables, pues en sus manos está, por gracia o desgracia, la posibilidad real de la democracia. El principio inspirador de la democracia es que el pueblo se gobierne a sí mismo; uno sólo puede gobernarse a sí mismo cuando dispone de la información y los criterios suficientes para decidir qué es lo mejor para él. La misión del periodista es, precisamente, que el pueblo conozca toda la información relevante para desenvolverse en la vida pública; sea poniendo en diálogo a los distintos agentes sociales, sea destapando la corrupción o intereses ocultos de determinados grupos de poder. Hoy por hoy, en democracias conformadas por millones de personas, si los medios de comunicación no garantizan que esa información nos llegue, ¿quién puede hacerlo? Ya los teóricos de la democracia americana sostenían que sólo cuando hay prensa libre y sana podemos hablar de democracia. Cuando no la hay, podremos llamar a nuestro régimen político como queramos, pero, de hecho, no será democrático, porque los ciudadanos no disponemos de información suficiente y contrastada para elegir libremente. Bien es cierto que entre el deber ser de una profesión y su modo de ser en cada tiempo y lugar son cosas distintas. Al final, la dignidad que de hecho tiene una profesión sólo puede encarnarse en las personas que la ejercen. La dignidad no está en los papeles, está en las personas. Y la profesión periodística en España, en su conjunto, deja bastante que desear. No porque no existan infinidad de buenos profesionales, sino porque los intereses económicos y políticos se encargan de que los medios estén gobernados por profesionales de otras cosas, que no son periodismo: negocios, ideologías, consumo, etc. De vez en cuando, un periodista de verdad, de esos que hay a puñados, pero que son ninguneados en su propio lugar de trabajo, brilla por encima de esas circunstancias, y lo encumbramos con un rara avis, un ejemplo y un foco de esperanza en la profesión. Fue el caso de Ryszard Kapuscinski, considerado el mejor reportero de la historia y fallecido en 2007. Los cínicos no sirven para este oficio recoge entrevistas que le hicieron en diversos contextos y son hoy uno de los mejores testimonios de qué es y qué debe ser un periodista. Me regaló ese tesoro una buena amiga y periodista y lo releo desde entonces. Un veterano realizador me regaló hace un par de días otro libro suyo: Viajes con Heródoto, que agrupa en pequeños capítulos una serie de testimonios inclasificables: entre reflexiones, memorias, reportajes de viajes, homenaje a los clásicos… Un libro que nos revela la formación, convicciones, sensibilidad y anhelos que deberían inspirar a todo buen periodista. Si el propio Kapuscinski hubiera sido más que un reportero, si otros Kapuscinskis anónimos tuvieran hoy más relevancia pública, veríamos el periodismo con otros ojos, como esa gran profesión que vincula a personas y comunidades de diversos intereses en torno a una tarea común: la de disponer de la información y el diálogo suficientes para edificar, juntos, ese lugar donde la vida se ensancha.