ANÁLISIS DE SOCIEDAD
El Nobel de Agnes Gonxha Bojaxhiu

Por Almudena Hernández
2 min
Sociedad09-10-2009
Había sido premiada con uno de los galardones más famosos y ansiados del orbe. Pero decidió ejercer una particular diplomacia a base de sutileza y razón, para que luego digan que la fe tiene poco que ver con la coherencia y la inteligencia. La galardonada anunció que no acudiría al banquete posterior a la ceremonia de entrega de premios con la que se agasajaba a las personalidades que los recibían. El premio en cuestión se trataba del Nobel de la Paz de 1979. De aquello hace 30 años pero el ejemplo está de lo más vigente. Lejos de crearse un conflicto, la explicación convenció con creces a los organizadores. Se canceló el menú: en vez de servicios dorados, manteles de finos hilos y exquisitos detalles gastronómicos, la laureada defendió que el dinero invertido en tanta parafernalia se gastaría mejor ayudando a los pobres. Esto es lo que argumentó una tal Agnes Gonxha Bojaxhiu, una mujer pequeñita -de estatura- que había nacido en la antigua macedonia ciudad de Skopje en 1910. Tres décadas después de aquello se produce un terremoto informativo internacional tras la concesión de otro Nobel de la Paz. No es el único premio Nobel en entredicho. Este 2009, el año de la crisis, el año en que el galardón tenía más candidatos que nunca –se ha superado la cifra de los 200–, el jurado elige al presidente de Estados Unidos Barack Obama. Y el galardonado no es, precisamente, el primer máximo mandatario estadounidense en llevárselo, a pesar de los criticables motivos por los que se lo han concedido. Quizás debería recordarse que algunos de los muchos premiados a lo largo de la historia luego resultaron no ser tan pacifistas como apuntaban y que, por ejemplo, hasta el mismísimo Adolf Hitler también fue candidato al Nobel. Menos mal que algunos de los premiados, como la tal Agnes Gonxha Bojaxhiu, lo tenían claro. “La paz comienza con una sonrisa”, dijo aquella mujer pequeñita que se opuso a una cena de lujo para dar ejemplo y ser consecuente con sus ideales. Pero, cuidado. Los jurados de premios de esta talla deberían tener en cuenta que no sólo con sonreír basta, y que quizás habría que hacer caso a la tal Agnes Gonxha Bojaxhiu, “si no tenemos paz en el mundo, es porque hemos olvidado que nos pertenecemos el uno al otro, que ese hombre, esa mujer, esa criatura, es mi hermano o mi hermana”. El mundo no es de color de rosa, pues amar duele, como dejó bien clarito aquella insignificante mujer, conocida mundialmente como Teresa, sí, la pequeña y santa monjita macedonia que amó a muchos entre el barro de Calcuta y se negó a cenar en la entrega de los Nobel de 1979, de los pocos que quizás no supusieron una sorpresa.