SIN CONCESIONES
Nobel de noveles
Por Pablo A. Iglesias3 min
Opinión12-10-2009
El Premio Nobel es la historia de un arrepentimiento. Cuando Alfred Bernhard Nobel inventó la dinamita, imaginó la multitud de efectos positivos que tendría este explosivo en la vida de los seres humanos. Sin embargo, pronto cambió de opinión al descubrir las maldades a las que su uso dio lugar en manos de bandidos, desalmados y delincuentes. Este industrial sueco se hizo rico en vida gracias a la comercialización de la dinamita, pero quiso redimirse en muerte con la instauración de unos premios que dejó como herencia en su testamento. Han transcurrido 109 ediciones desde que estos galardones vieron la luz en 1901, pero la polémica les sigue rodeando año tras año a pesar de que el Nobel dejó escrito en su testamento el objetivo de los premios y el criterio con el que había que distinguir a los perceptores. El Premio Nobel es posiblemente la mejor herramienta propagandística de Suecia. De hecho, en sus comienzos estuvo dirigido exclusivamente a compatriotas pero pronto cambió de dimensión para publicitar internacionalmente al país. Este elemento se vislumbra amenudo en algunas decisiones del jurado, más empeñado en engrandecer la historia de los galardones que en reconocer con justicia la tarea de "aquellos que durante el año precedente hayan realizado el mayor beneficio a la Humanidad". El Nobel de la Paz es posiblemente el que más ha olvidado este fin a lo largo de la historia y el que más controversias ha suscitado. Ahí están los casos de un terrorista como Yaser Arafat por sus intentos en balde de lograr una paz negociada en Oriente Próximo, los norirlandeses John Hume y David Trimble, el ex secretario general de la ONU Kofi Annan en plena investigacion por corrupción o el fracasado candidato a la Casa Blanca Al Gore. Ahora lo ha conseguido Barack Obama a pesar de que ni siquiera se ha cumplido un año de su victoria en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y de que sus grandes planes por la paz todavía no se han ejecutado del todo, son sólo proyectos y promesas que comenzaron a trastocarse al superar las urnas. El fundador de los premios estableció en su testamento que el Nobel de la Paz debería entregarse "a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz". Barack Obama ha dado algunos pasos en esta dirección, pero no ha consumado todavía ninguno de sus proyectos. Prueba de ello es que todavía no ha cerrado la prisión de Guantánamo y parece complicado que lo haga antes del plazo de un año al que se comprometió. Obama ha trabajado para mejorar las relaciones diplomáticas con algunos países árabes y sudamericanos, pero también ha incrementado el número de militares que luchan en la guerra de Afganistán. En su reciente discurso ante la ONU pidió acabar con el arsenal nuclear de las grandes potencias, pero sus palabras todavía no se han traducido en hechos. El Premio Nobel a Barack Obama es distinguir un sueño, una promesa, una utopía dibujada en las mentes de millones de personas que ahora hay que hacer realidad. Obama está todavía muy lejos de personajes históricos como Martin Luther King, Lech Walesa, Gorbachov, Nelson Mandela y la Madre Teresa de Calcuta o de instituciones humanitarias como Cruz Roja, Unicef, Acnur y Médicos sin Fronteras. Todos ellos fueron merecedores del Premio Nobel, cosa que todavía no puede decirse de Obama aunque el próximo 10 de diciembre le entreguen la medalla que lo acredita. La academia sueca no sólo se ha precipitado con este premio, sino que corre el riesgo de meter la pata hasta el fondo si en los próximos años no se plasman en hechos las intenciones del novel presidente estadounidense. Si lo consigue, Obama habrá contribuido a hacer de la Tierra un mundo mejor y más justo. Si fracasa, se quedará en un fenómeno de propaganda política y otro caso más del que podrá arrepentirse desde la tumba Alfred Nobel.