TOROS
El toreo ¬a la sevillana¬ salva una semana abúlica en Madrid
Por Almudena Hernández2 min
Espectáculos24-05-2009
Es como si el Guadalquivir hubiera pasado junto a la Monumental de Las Ventas de Madrid; como si los naranjos -inexistentes en la capitalina calle de Alcalá- hubiesen brotado de repente; como si el gracejo andaluz se hubiera instalado en los corazones castellanos. Algo así pasó el jueves 21 de mayo, fecha para la que se anunciaba una nueva corrida de expectación en la Feria de San Isidro.
Los toros de Domecq defraudaron por blandos y por deficiente presentación, pero un torero del sur de Despeñaperros vino a sentar cátedra en la Monumental, llena entonces de espectadores que habían cruzado España en Ave desde el sur para aplaudir y jalear hasta cuando su torero se metía el dedo en la nariz. Dicen que en Madrid gusta un toreo más serio y seco, que los toreros andaluces para Sevilla. Pero siempre hay excepciones que confirman la regla. Por algo está triunfando estos días una exposición en homenaje a Curro Romero en los bajos de Las Ventas. Por algo ensimismó un novillero sevillano al comienzo de semana, el lunes 18, ante una interesante -¡pero también blanda!- novillada de La Quinta. Ese día Miguel Ángel Delgado parecía saber dominarlo todo. Menos la espada. Toreó con sapiencia y gusto -gusto andaluz- y se ganó los respetos de la cátedra. Así fueron pasando los días, hasta el citado jueves 21. Defraudó la de Núñez del Cuvillo del martes, con figurones en el cartel (El Juli, El Cid y Perera); fue floja la corrida de Peñajara del miércoles (atención a El Payo); también fue deslucida la de Valdefresno en la que apenas se salvó Perera el viernes 22; Urdiales puso tesón el domingo con la torada de Samuel; y, a caballo, Álvaro Montes perdió la puerta grande por el rejón de muerte el sábado, el día que se llevó un cornalón una montura de Hermoso. Detalles -algunos más que eso- que todo buen aficionado guardaría, pero insuficientes a los ojos de pocos debutantes como espectadores en esta Fiesta como para repetir... Salvo lo de Morante. José Antonio sólo cortó una oreja. Quizás pronto se olvide su gesta en la injusticia de las hemerotecas y los resultados numéricos. Es lo de siempre: cantidad vs calidad. Menos mal que en el alma de Madrid hay memorias privilegiadas como la del maestro Suárez-Guanes que sabrán contar mañana cómo un sevillano conquistó a la afición madrileña: con un toreo de capa puro, largo, cadencioso y elegante; y con toreo de muleta sincero, sentido, pura metafísica. Morante toreó con el alma. Se olvidó tantísimo del cuerpo que cuando quiso darse cuenta se vio pinchando su labor con la tizona. Quizás por eso lloraba el torero durante su vuelta al ruedo. O quizás no. Sólo él lo sabrá. A veces cuando los artistas no pueden expresarse de otro modo explotan así. ¡Olé!