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La cultura del regalo
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión12-04-2009
Marcel Mauss nació en Francia, en 1872, y se presentó voluntario en la I Guerra Mundial; sirvió como intérprete del ejército británico y mediaba entre ingleses, australianos y franceses. Recibió dos menciones y dos condecoraciones por su valor, pero ha pasado a la historia por ser el padre de la Etnología francesa. Como tantos otros hombres de ciencia (desde Sócrates, quien defendió con las armas dos veces la independencia de Atenas), rompe el tópico del ratón de biblioteca que, sin embargo tan bien se ajusta a los intelectuales modernos tipo J.J. Rousseau o Karl Marx, supuestamente revolucionarios. Fue precisamente en las trincheras donde observó lo que dio en llamar “técnicas corporales”, subrayando que muchas técnicas no requieren de instrumento alguno: basta el hecho de usar el cuerpo de forma eficaz y comunicable de generación en generación. El primer indicio lo tuvo al descubrir cómo los australianos eran capaces de descansar en cuclillas, postura incómoda para los europeos, pero natural para un pueblo que entonces dependía de cómo se movía en zonas poco urbanizadas y con climas que van del páramo desértico a la selva tropical. Su otro gran hallazgo fue la naturaleza del regalo en las sociedades arcaicas y su Ensayo sobre el don es todavía un clásico. Entendía que en todo hecho social se dan siempre dimensiones económicas, jurídicas, psicológicas, sociológicas y religiosas, así que el pobre no acabaría de entender a quienes sostienen que las procesiones de Semana Santa no tienen que ver con la religión católica. Para Mauss, mientras que la sociedad capitalista se sustenta bajo el paradigma de la acumulación de dinero, las sociedades primitivas se articulaban bajo el hecho del regalo, que implicaba tres obligaciones: dar, recibir y corresponder. El honor y el prestigio de un hombre se medía por su capacidad de dar. Pero saber recibir y aceptar el regalo (frente al principio de suficiencia de nuestra época, por el que nos ofendemos cuando alguien nos ofrece su caridad) es también una virtud. Y, por supuesto, quien acepta el regalo queda en la obligación de corresponder con otro todavía mayor que el recibido. Así, las sociedades basadas en el regalo, lejos de alimentar la vagancia o el paternalismo, era muy exigente y dinamizaba con gran fuerza el desarrollo de los familias y los pueblos. El regalo, además, no era una cosa estandarizada que se puede comprar en una tienda, sino un objeto simbólico que instauraba un vínculo especial entre dador y regalado. Cierto es que, entre los regalos, se contaban las mujeres y, gracias a Dios, en reconocer la dignidad de la persona, algo hemos avanzado. Debemos conservar nuestros avances técnicos y humanos, y luchar por nuevas conquistas, pero ¿no perdemos a veces algo en el camino? Un mundo que no mide el honor por la capacidad de poseer, sino por la de regalar. Un mundo que no mide la dignidad por el hecho de no necesitar ayuda, sino por el de dejarse ayudar. Un mundo donde la relación fundamental entre las personas no es la utilidad y su contrapartida, sino regalar y corresponder. Un mundo así, donde además contemos con todo el desarrollo humano y tecnológico que hemos alcanzado, es, sin duda, un lugar donde la vida se ensancha.