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ORIENTE PRÓXIMO

La triste Navidad de Belén

Por Luis Miguel L. FarracesTiempo de lectura2 min
Internacional28-12-2008

Belén es una ciudad clave todavía hoy para el cristianismo. No sólo porque hace dos milenios naciera entre sus casas más humildes Jesús, sino porque a día de hoy es un modelo de convivencia en los tiempos difíciles que corren. Y es que el 40 por ciento de los habitantes de la ciudad –incluido su alcalde- profesan la fe cristiana en un territorio, el palestino, en el que el 99 por ciento de ciudadanos son musulmanes. Sin embargo, pese a la idílica coexistencia, la Belén actual está lejos de ser un paraíso.

Apenas separada de la ciudad santa de Jerusalén por unos pocos kilómetros, Belén es la frontera urbana entre el Estado de Israel y los territorios administrados por la Autoridad Nacional Palestina. Así da cuenta de ello el militarizado puesto de control israelí que separa ambas ciudades y que está presidido por la vista del Muro de la Vergüenza, que rodea Belén como si de un centro penitenciario se tratase. El checkpoint hebreo permanece cerrado algunos días, imposibilitando a los trabajadores palestinos acudir a sus trabajos en comercios y empresas de Jerusalén y, sin embargo, se abre sin miramientos muchas noches al cabo del año para que las Fuerzas de Seguridad israelíes organicen pequeñas escaramuzas al otro lado de la frontera para detener a jóvenes activistas. La inestabilidad del enclave ha hecho que el principal sustento económico de la ciudad, el turismo de peregrinaje, haya sufrido una grave crisis en los últimos años. No tanto en el número de personas que visitan la ciudad (este año alrededor de 1.250.000 peregrinos pasaron por Belén) sino en el dinero que el sector turístico deja en las arcas municipales. Y es que las largas esperas en el puesto de control israelí para volver hacia Jerusalén o Tel Aviv han hecho que la mayoría de visitantes rehúsen pernoctar en Belén para ahorrarse posibles problemas. Los grandes beneficiados del status quo son los hoteleros de Israel. La Navidad en Belén es algo diferente. En la ciudad, miles de musulmanes que incluso votan a Hamas, que tiene cinco ediles en el Ayuntamiento, participan de las fiestas junto a sus vecinos cristianos. La Iglesia de la Natividad, donde se sitúa el que tradicionalmente es el punto exacto en el que nació Jesús y que es la gran atracción turística de la ciudad, tiene una actividad especial por la afluencia masiva de peregrinos. Sin embargo, huir de la cruda realidad de los territorios palestinos durante tan señaladas fechas nunca es fácil. Prueba de ello es lo ocurrido la pasada semana en Gaza, donde las brutales represalias de Israel contra los ataques de Hamas han causado ya más de un centenar de muertos en plenas fiestas. La ciudad de Belén decidió entonces apagar su tradicional árbol de Navidad comunal, que desde hace años permanece iluminado hasta el fin de los festejos cristiano-ortodoxos en enero, como muestra de luto por la muerte de los hermanos palestinos en la Franja. Y es que, la alegría navideña en la cuna del cristianismo es extraordinariamente frágil.