ORIENTE PRÓXIMO
Anápolis, mucho ruido y...
Por Luis Miguel L. Farraces
5 min
Internacional02-12-2007
Establecer un estado palestino en 2008, tal y como rezaban las intenciones finales de la Cumbre de Anápolis (Maryland, Estados Unidos) de la pasada semana, parecía a juzgar por la determinación de las partes un reto crucial y alcanzable para la paz en Oriente Próximo. Sin embargo, la falta de base de los acuerdos y la experiencia de los numerosos fracasos en anteriores conferencias de paz ha suscitado entre los analistas internacionales un hastío y una desconfianza que no invitan al optimismo.
Hablar acerca de que la paz entre israelíes y palestinos está cada vez más cerca se pone de moda unas dos veces al año. Desde hace tiempo, cualquier cumbre entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina se llena de buenos propósitos y de declaraciones de intenciones que acaban en papel mojado. Sucedió en la Cumbre de Madrid de 1991, tras la cual y pese a lo acordado las milicias palestinas siguieron sin reconocer a Israel mientras el Gobierno hebreo continuaba la construcción de asentamientos ilegales en Cisjordania. Ocurrió también en Oslo en 1993, donde pese a la euforia de resolución final del conflicto se acabó por establecer tímidas áreas bajo el control de la ANP. Y así pasaron París, Taba, Camp David (incapaz de frenar la Segunda Intifada) y un largo etcétera. Por no hablar de ese milagroso documento que pareció la Hoja de Ruta en 2003, según el cual debería existir un Estado palestino independiente con capital en Jerusalén Este desde hace más de dos años. El hastío producido por el bombo, alimentado siempre desde los medios, que tradicionalmente se le da a cada encuentro bilateral ha acabado con la credibilidad de los acuerdos de Anápolis en apenas dos días. Marwan Bishara, uno de los más importantes analistas políticos de Al Yazira afirmaba la pasada semana que escuchó “las mismas declaraciones y la misma determinación 14 años antes en boca de Bill Clinton, Isaac Rabin y Yasir Arafat”, en alusión a la credibilidad de la cita de Maryland. “No he escuchado nada que me dé la impresión de que las cosas vayan a ser mejores después de Anápolis”, sentenciaba. Anápolis y el optimismo sin fundamentos La pretendida paz que la conferencia de la semana pasada anunció pasa por la creación de un Estado palestino independiente para el año que viene, algo cuanto menos ambicioso. Por ello, han sido muchos los expertos que han comenzado a dudar desde el primer momento si ese optimismo está fundamentado. La cronología de los discursos israelí y palestino recuerdan una vez más a una violación del viejo refrán de primero la obligación y después la devoción. Como en todas las cumbres anteriores, la devoción (esa perorata de que la solución del conflicto está al llegar) ha venido antes que la obligación de solucionar temas como el retorno de los cuatro millones de refugiados árabes a sus hogares, hoy en territorio de Israel, la pugna por las definitivas fronteras, el futuro estatus de Jerusalén, los asentamientos colonos en Cisjordania, y otras áreas de vital importancia. Asimismo, la situación interna de los territorios palestinos no invita al optimismo. No hay que olvidar que Hamas, que no fue invitada a Anápolis, controla la Franja de Gaza desde que hace meses diese un golpe de Estado. Desde entonces, la pretensión de acabar con Hamas por todos los medios coincidió por primera vez en el Gobierno israelí y en la ANP, y Mahmud Abbas y Ehud Olmert han estrechado sus lazos más que nunca no tanto por una convergencia de ideas como por la necesidad de combatir a un enemigo común. Anápolis es otro episodio de la marginación de las dos partes al Movimiento de Resistencia Islámica, pero antes o después tendrán que lidiar no sólo con ellos, sino también con sus seguidores. Mientras tanto, Hamas continúa lanzando cohetes sobre Sderot y el Neguev, y no está previsto que vaya a abandonar su poder en la Franja tan fácilmente sin una guerra civil a pequeña escala. El problema es que Al Fatah e Israel podrán retomar Gaza sin excesivos problemas, pero el núcleo de miles de civiles y milicianos contrarios a Anápolis seguirá presente. La prensa israelí ya reflexionó sobre este tema antes de la reunión. “Las Conferencias de Paz se hacen normalmente después de alcanzar la paz y no antes. En Anápolis los órdenes se han invertido y (…) si las grandes expectativas pronunciadas por las partes finalmente no prosperan tendremos que afrontar un nuevo desastre”, afirmaba el diario Maariv en un editorial. Los eternos problemas: Jerusalén Las discusiones acerca del futuro estatus de Jerusalén, ciudad santa para judíos, cristianos y musulmanes, han sido siempre uno de los principales escollos en las negociaciones israelopalestinas. Pese a que Naciones Unidas reconoce la partición de la ciudad en los dos sectores: Oeste (judío) y Este (árabe) las intenciones del Gobierno israelí nunca fueron respetar esos límites. Tras la Guerra de los Seis Días en 1967, Israel tomó Jerusalén Este en lo que fue todo un triunfo religioso e identitario para los suyos dado que en el sector Este se encuentra la Ciudad Vieja donde está emplazado el Muro de las Lamentaciones. Desde entonces Jerusalén en su totalidad pasó a ser la capital israelí, y el Gobierno hebreo decretó por ley en 1980 que la ciudad era indivisible. Para ganar legitimidad sobre el sector Este, el Ayuntamiento comenzó a comprar inmuebles en el barrio palestino para introducir a familias judías y edificó un anillo a su alrededor para aumentar la presencia de ciudadanos israelíes. Enfrente, la parte palestina siempre ha reclamado, aún hoy, la recuperación de Jerusalén Este y considera innegociable que la capitalidad de su futuro Estado quede emplazada allí. El retorno de los refugiados Amén del estatus de Jerusalén Este, el tema del retorno de los entre cuatro y cinco millones de refugiados palestinos a sus casas en Israel como ciudadanos israelíes ha sido tradicionalmente sensible. La diáspora árabe con motivo de la proclamación del Estado de Israel y la posterior guerra en 1948 llevó a millones de palestinos a desplazarse de sus casas en Israel a otras áreas de Gaza, Cisjordania, Líbano, Iraq, Siria, etc. Su condición árabe, musulmana y extremadamente pobre en la mayoría de casos es la principal reticencia del Gobierno israelí para permitir su regreso.