ORIENTE PRÓXIMO
La Cumbre de Anápolis ‘pone a cero’ el contador palestino-israelí

Por Miguel Martorell
3 min
Internacional02-12-2007
Ciudad de Anápolis, Estado de Maryland, año cero. La Cumbre celebrada la pasada semana en Estados Unidos para tratar de lograr la paz en Oriente Próximo se ha convertido en el enésimo punto de partida de un conflicto que pronto cumplirá 60 años. El encuentro multilateral comenzó con pocas expectativas y terminó con una tibia declaración que fija como fecha límite para que palestinos e israelíes lleguen a un acuerdo el 31 de diciembre de 2008 basándose en la recurrida Hoja de Ruta de 2003.
La Cumbre de Anápolis se describió desde el principio como un encuentro de perfil bajo. Ninguno de los tres protagonistas del foro -Estados Unidos, Israel y Palestina- partía de una posición de fuerza lo suficientemente consolidada como para que las resoluciones de la Cumbre se convirtieran en pasos determinantes hacia la paz. El presidente de EE.UU. George W. Bush, se encuentra en sus horas más bajas, con todas las encuestas de popularidad en mínimos históricos y marcado por el fracaso de la democratización de Iraq. Anápolis fue, es y será un intento de su Gabinete de evitar que pase a la historia como el presidente de la guerra. Por su parte, el primer ministro israelí, Ehud Olmert, llegó a la Cumbre más debilitado socialmente que Bush. Imputado en cuatro casos de corrupción, criticado por sus aliados parlamentarios y con el recuerdo de la desastrosa incursión en Líbano muy presente entre la poderosa cúpula militar, Olmert es el primer ministro israelí con menor capacidad de decisión y movimiento de la historia del Estado judío. La situación del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, es sólo ligeramente mejor. Si bien nunca llegará a tener el carisma de su predecesor, Yasir Arafat, Abbas ha logrado cierto apoyo por parte de los palestinos. Sin embargo, sólo ha sido así en Cisjordania, donde gobierna Al Fatah, pues Gaza sigue siendo territorio de Hamas y un lugar fuera de control para Abbas. Pese a todo, la Cumbre consiguió la adhesión de importantes actores en el conflicto palestino-israelí, especialmente de Arabia Saudí y Siria, que aceptaron enviar representantes al encuentro en el último momento. En el caso de Damasco, la condición previa fue que la cuestión de los Altos del Golán -territorio sirio anexionado por Israel en los 80- estuviera entre los asuntos a tratar. Con todo, Anápolis partía con los puntos a abordar claros: las fronteras de Israel y Palestina; el reparto de Jerusalén, que ambos reclaman como capital; las colonias judías en territorio palestino; los Altos del Golán; y el derecho de retorno y liberación de los presos palestinos. El compromiso de las partes Con el 67 por ciento de los palestinos y el 71 por ciento de los israelíes pensando que la Cumbre no llevará a ningún sitio, el principal aspecto positivo del encuentro es que logró resucitar las relaciones entre las dos partes en conflicto, que llevaban cerca de siete años congeladas y enterradas por la continua violencia que asola a la región. En la práctica, sin embargo, la Cumbre no supone un salto cualitativo respecto a lo que establece la Hoja de Ruta aprobada por el Cuarteto en 2003. Bush mostró su intención de apostar fuerte por la paz al convertirse en el primer presidente de EE.UU. que aboga públicamente por la creación de un Estado palestino. Pero Bush buscaba apoyos entre los norteamericanos y entre los pueblos árabes, donde la imagen de EE.UU. es denostada e incluso perseguida, y los participantes eran conscientes de ello. De hecho, Siria no dudó en acusar al presidente estadounidense de convocar la Cumbre para aparecer en una foto como parte de una operación de marketing. Así, la declaración conjunta aprobada por israelíes y palestinos es un tímido regreso a la Hoja de Ruta, pero con el compromiso firme de las dos partes de mantener todos los esfuerzos diplomáticos para lograr un acuerdo final antes de finales de 2008, con reuniones quincenales de Olmert y Abbas y negociaciones diarias de sus técnicos. Con todo, Israel y Palestina han vuelto a empezar de cero, olvidando siete años de guerra abierta y sangre y con una pelota cada uno: Olmert debe jugarla para convencer a los israelíes más conservadores de que el primer paso debe ser retirar los asentamientos ilegales, y Abbas debe utilizarla para controlar Gaza y los ataques de Hamas sobre territorio de Israel.