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RALLIES

Marcus Grönholm: un bicampeón ¬a la sombra¬ de Loëb

Por Roberto J. MadrigalTiempo de lectura3 min
Deportes02-12-2007

Marcus Grönholm se despide con dos títulos mundiales –los conseguidos en 2000 y 2002, precisamente diez años después del bicampeón español–, 150 rallies disputados y 30 victorias. Sin embargo, siendo un piloto rapidísimo, siempre le ha faltado un punto de fortuna y regularidad para haber podido doblegar a Sébastien Loëb. Aun así, el finlandés se retira con la satisfacción de haber conseguido, al menos, el segundo título consecutivo de marcas para Ford.

Aunque la historia lo catalogará como el último –por ahora– de la saga de finlandeses voladores, que empezó con Juha Kankkunen y alcanzó su cénit con los cuatro títulos consecutivos de Tommi Makinen entre 1996 y 1999, lo cierto es que Grönholm se ha distanciado del arquetipo de piloto nórdico, frío e imperturbable, y se ha acercado en sus rasgos al mundo latino para derrochar coraje, pero también un carácter furioso, casi sin solución de continuidad. Ahora bien, a pesar de ser hijo de Ulf Grönholm, un piloto que destacó en la década de 1970, sus inicios no fueron fáciles: Marcus debutó en 1987, y ya en 1988 ganó el título junior de Finlandia, antes de convertirse en el gran dominador de los rallies de su país entre 1991 y 1997. Sin embargo, apenas tuvo reconocimiento fuera de su país, y a pesar de ir disputando algunas pruebas –hasta 22 con Toyota, que nunca le dio un volante oficial, e incluso una con Seat, el rally de Suecia de 1999, siempre acompañado por su copiloto, Timo Rautiainen– su oportunidad sólo le llegó cuando Peugeot le brindó un programa limitado en el Mundial, ya con 31 años. Pero fue suficiente: se hizo con un volante para toda la temporada en 2000 y los triunfos en Finlandia, Nueva Zelanda y Australia demostraron su versatilidad y lo condujeron a un sorprendente título, por delante del británico Richard Burns, entonces en Subaru. Pero todo ese talento de Grönholm apenas afloraba en todo su esplendor cuando disponía de una máquina realmente competitiva: aunque en 2001 sumó otros tres triunfos –Finlandia, Australia y Gran Bretaña–, también coleccionó hasta ocho abandonos, que le hicieron terminar cuarto en la clasificación. La historia se repetiría en 2003: sexto en el Mundial, con tres victorias –Suecia, Nueva Zelanda y Argentina– pero seis abandonos. El año perfecto sería 2002: con un veloz y nervioso Peugeot 206 WRC, Grönholm se hizo con hasta cinco triunfos –Suecia, Chipre, Finlandia, Nueva Zelanda y Australia– y un título merecido, con 40 puntos de ventaja respecto del noruego Petter Solberg. Ahora bien, la estrella del finlandés empezó a declinar en cuanto Peugeot cambió al 307 WRC: el coche tuvo muchos problemas de fiabilidad durante su primera temporada, 2004, y Grönholm tan sólo pudo cosechar un triunfo en su país. El año siguiente no fue mucho mejor; con el apabullante dominio de Citroën, Grönholm apenas pudo rascar dos victorias, aunque su regularidad le permitió acabar, al menos, entre los tres primeros del campeonato, por detrás de Loëb, empatado a puntos con Solberg. A partir de ahí, la salida de Peugeot del Mundial lo obligó a cambiar de aires y a recalar en un equipo, Ford, que había recortado presupuesto y había conseguido resultados muy discretos. La marca del óvalo se esforzó por mejorar el coche y Grönholm se encontró con un Focus WRC competitivo, que sobre todo sobre tierra pudo pelear de igual a igual con los Citroën, primero el Xsara y después el C4 WRC. Pero los siete triunfos que consiguió en 2006 no le sirvieron para ser campeón; antes bien, se quedó a un solo punto de Sébastien Loëb, pese a que el francés no pudo disputar las últimas cuatro pruebas de la temporada. Y en 2007, la historia se ha repetido: a pesar de haber sumado cinco victorias y de haber encabezado el campeonato desde el comienzo, con un cuarto puesto en Portugal como peor resultado, el mejor trabajo de equipo de Citroën le permitió remontar. Los riesgos que tuvo que asumir Grönholm se cobraron dos abandonos, en Japón e Irlanda, que le han acabado por costar el título.