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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

En el nombre de los niños

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión29-05-2005

El derecho de adopción no es un derecho de los padres, ni de las madres, ni de los matrimonios, ni de los solteros, ni de las parejas de homosexuales. El derecho de adopción es un derecho del niño, de ese inocente al que debemos especial protección jurídica y moral. Es el niño que carece de un bien debido el que tiene derecho a ser adoptado. ¿Qué bien le es debido?: el de crecer, formarse y madurar bajo el amor y la protección del padre y la madre que lo engendraron y le dieron a luz. El bien debido a todo niño es crecer sostenido por las manos del varón y la mujer cuyos genes lleva en la sangre, por el amor de aquel varón y aquella mujer que, juntos, le llamaron a la existencia y que, por diversas y accidentadas causas, le han abandonado. Sólo así puede entenderse la adopción. Consiste en restituir al niño el hogar donde poder desarrollarse en plenitud. Primero, el modelo de un amor conyugal estable e indefinido, seguro y confiado. Segundo, el amor de los padres hacia él, de modo que el infante se vea amado y querido por sí mismo. Además, el referente paterno y materno que le permita conocer los roles y psicologías de cada sexo. También, los recursos económicos suficientes. Etcétera. Todo esto debe garantizársele al niño dado en adopción, pues todo esto hará más fácil la maduración sana y feliz del niño que ha de ser adulto. Pero todo esto, nada tiene que ver con un supuesto derecho de un adulto, sino, exclusivamente, con los derechos del niño. Tener hijos, propios o adoptados, no sólo no es un derecho, sino que tampoco es una opción, algo que pueda hacer según apetezca o no, según pille o según lo sienta o deje de sentir. Tener hijos es, sobre todo, una enorme responsabilidad que compromete para toda la vida. Quizá, la responsabilidad más grande, junto con esa labor de construir el mundo que a ellos queremos dejarles. Por eso, el Estado, cuando debe velar por los derechos del huérfano, debe asumir la responsabilidad de encontrarle el mejor hogar posible. Y debe hacerlo al margen de sus votantes y desde el corazón de ese niño que aún no vota, pero que es el débil al que la justicia debe proteger. Conviene recordar esto en una época donde muchos adultos reclaman su “derecho” a adoptar, cuando todas las leyes, así como todas las reflexiones éticas rigurosas, inciden en que el derecho es del niño. Pero conviene recodarnos esto especialmente ahora, cuando algunos homosexuales agrupados en un poderoso lobby intentan convencernos, no ya de su derecho a adoptar, sino de que los niños educados por parejas homosexuales no tienen un desarrollo distinto a los educados por parejas heterosexuales. Lo cierto es que los estudios científicos muestran algo bien distinto. Algo, por otro lado, que nos lo indica también el sentido común. Decíamos en Defensa de la familia que conviene formarse para defender con argumentos y datos a la infancia y al matrimonio. Pues bien: les invito a echar un ojo a No es igual, el último informe (con una bibliografía de los 200 estudios más relevantes) sobre las consecuencias de la adopción por parte de homosexuales. Es uno de los informes que manejarán los senadores españoles a la hora de refrendar o rechazar la ley que les llegó aprobada por el Parlamento y que pretende igualar las posibilidades de adopción de la pareja homosexual con la heterosexual. Después de mirar este informe, querido lector, ya sabe: busque, compare y si encuentran una verdad más completa, quédesela. Si no, y si aún está dispuesto a defender los derechos del infante, súmese, en el nombre de los niños, a la gran manifestación del próximo 18 de junio, sábado, en Madrid. Pero, querido lector, no venga débil y solo. Venga valiente y poderoso, arropado y acogido. Venga con su familia.